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MEMORIAS DE AMOR Y DE GUERRA
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16 - los señores de la montaña

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20/4/2025 · 32:39
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MEMORIAS DE AMOR Y DE GUERRA

Descripción de 16 - los señores de la montaña 51581b

Parte 3 Capítulo 4 “Memorias de Amor y de Guerra” son mis recuerdos de una década trágica (1976-1986) para mi país Guatemala. Quiero compartir con las nuevas generaciones lo vivido, con la esperanza de que nunca más los jóvenes crean que la guerra es la solución de nuestros problemas. Creo que es mi responsabilidad hacerlo y así poner mi granito de arena para que juntos encontremos nuevos caminos para construir un mundo mejor, más justo y más amoroso. "Memorias de Amor y de Guerra" inicia la madrugada del terremoto del 4 de febrero de 1976 que desoló el país de frontera a frontera, un terremoto que nos desveló las condiciones de pobreza extrema de la inmensa mayoría del país. Fue así, que, siendo estudiante del colegio más caro de Guatemala, decidí a los 16 años incorporarme a la lucha clandestina y guerrillera. Es también un libro que habla de la urgente necesidad de amar y ser amado, cuando cada día puede ser el último día de nuestras vidas. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/2552305 513z4e

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Tercera parte, capítulo 4.

¡Hulle pa' arriba! A desandar todo lo andado, y enfilar hacia la montaña de los Chivineles.

En los próximos meses, los principales municipios, poblados, aldeas y fincas de la zona del lago de Atitlán y parte de la boca costa de Xuchitepeques y Quesaltenango recibirían la visita de aquellos hombres y mujeres uniformados de verde olivo.

Los señores de la montaña, como nos enteramos que nos decían.

En las marchas hay momentos en el que se sale de la penumbra de una tupida vegetación al deslumbrante cielo azul.

Y si hay suerte, aparecen los volcanes en perspectiva hasta el horizonte.

En este caso, al fondo de un profundísimo desfiladero de piedra se veía entero el lago, con sus tres volcanes custodiándolo.

Y al fondo, en la distancia, el agua, fuego, acatenango y casi imperceptible, una fumarola del Pacaya en el horizonte.

Javier mandó a buscar un huatal donde escondernos hasta que llegara la noche.

Dos compas se fueron a montar un puesto de observación a un pico de piedra cercano.

En la guerra, el tiempo a veces se puede dilatar al punto de sentir que se está viviendo en cámara lenta.

O advertir que un año más ha pasado y sentir como si se tratara de un parpadeo o una vida entera.

Y esta era una de esas mañanas en que por más que miraba el reloj, el tiempo no pasaba.

Peor aún en la interminable posta o en el silencio impuesto para no ser percibidos ni por los perros.

No fue difícil oír el derrapeo en bajada de uno de los compas del puesto de observación.

Todos en alerta tomando posiciones.

Llega el compa e informa a Javier.

Comandante, sobre el lago están sobrevolando unos objetos no identificados.

Javier me entregó sus largavistas que eran mejores que los que tenían los compas y me mandó a ver qué era aquello.

Avanzando a rastras, llegamos a la orilla de aquel precipicio que daba vértigo.

Y efectivamente, del lado de Panajachel, se lograban distinguir algunos puntos que iban en círculos y que finalmente llegaban a tierra.

Al enfocarlos con el largavistas, pude ver con alivio que se trataba de una competencia internacional de vuelo libre.

La vuelta representaba una bandera.

Le expliqué a los compas y tapándonos las bocas, nos pusimos a reír.

No sería fácil bajar al lago.

Para matar el tiempo, le pedí a Javier que nos dejara ir con el patojo a buscar una ruta para bajar a San Pedro la Laguna, que era el primer pueblo grande que íbamos a tomar.

Era algo que de todos modos teníamos que hacer porque enfrente teníamos una pared imposible de bajar.

Era rico caminar con el patojo.

No sabíamos comunicar por señales desde el tiempo en Cuba.

Eso daba confianza y seguridad.

Tardamos más de dos horas bordeando aquel barranco hasta que por fin la montaña se abrió en un zanjón que permitiría a la columna ir bajando lentamente.

El problema es que el terreno estaba pelado, sin vegetación, lo que nos obligaba a bajar de noche para no ser percibidos en la distancia.

Se decidió comer y descansar un par de horas y luego aproximarnos lo más posible al zanjón para esperar el anochecer y comenzar el descenso.

A esa hora, cuando todos los gatos son pardos, comenzamos a bajar en silencio y con la prohibición de encender las linternas, pasando las voces en un susurro desde la vanguardia hasta la retaguardia de dónde poner los pies para no resbalar.

El ruido de alguna olla pegando con alguna piedra, el resbalón sin consecuencias de más de alguno y finalmente la suerte de que el zanjón nos sacó directo a los primeros ranchos antes de llegar al centro del pueblo.

La gente saliendo de sus casas, curiosos, nosotros en la vanguardia, diciéndole a la gente que no éramos el ejército, que éramos la guerrilla y que éramos de orpa.

Los estábamos esperando, dijo una señora, y de inmediato toda la tensión se disolvió.

Las mujeres con sus sonrisas francas, con sus huipiles y con su idioma, comenzaron a sacar tortillas, tamalitos y bananos para darnos.

Javier con Pancho tomaron el parque y comenzaron a llamar con el megáfono.

Entre el mar de gente, yo salí con una escuadra hacia los hotelitos de la playa.

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