
🎧 Desmemorias | Ficción sonora especial | EDDP 3x17 6h2m54
Descripción de 🎧 Desmemorias | Ficción sonora especial | EDDP 3x17 p32t
✒️ Desmemorias es un viaje delirante, melancólico y cómico por las vidas —sí, en plural— de un narrador improbable que asegura haberlo vivido todo… o casi. Desde un pueblo murciano que se engalana para recibir a los americanos hasta un club nocturno donde se preparan cócteles con más estilo que criterio; desde una barcaza sobre el Mar Menor hasta un ring de boxeo con final poco heroico; de un atraco chapucero a una banda de baloncesto imposible. Todo cabe en estos recuerdos con forma de película... o de mentira muy bien contada. 📍Dirige y narra: Juan Carlos García 🎧 Una producción original de El Disfraz de Polifemo 🔔 Suscríbete si te gustan las historias contadas con humor, nostalgia y un poco de cara dura. #FicciónSonora #Desmemorias #Narrativa #Podcast #Polifemo 1y4gj
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Desmemorias. Un relato de Juan Carlos García.
No encontraba el momento de sentarme al telteclado para contarle las tantísimas historias que tengo pendientes antes de que la memoria, frágil, esquiva y a veces traicionera, empiece a serme infiel y me juegue una mala pasada. Ahora, ya con una buena cantidad de tiempo libre por delante y una pensión modesta pero segura, creo que ha llegado ese momento.
La mía no ha sido una vida cualquiera, como escucharán en los próximos minutos. He vivido mucho y de muchas maneras, tanto que podría decirse que por mí han pasado varias vidas en una sola. Nací en un pequeño pueblo de Murcia. La guerra civil había pegado duro, muy duro, y la lucha por la supervivencia se vestía de picaresca, tradición y la superstición más enconada de la España rural. Uno de mis primeros recuerdos es el inglés. Un inglés mal hablado, chapurreado, cuando no directamente inventado, de aquellas gentes que durante semanas se desvivieron por engaranar el pueblo y adecentarlo al máximo. Buena parte de las esperanzas de prosperidad futura se volcaron en aquella visita.
Iban a traer la prosperidad, alimentos y dinero, mucho dinero, en dólares. Se prepararon fastos de todo tipo, exhibiciones de bailes regionales, una coplilla compuesta para la ocasión, un alcalde motivado arrengando a su pueblo. Al final, bueno al final no recuerdo muy bien qué pasó, solo retengo la imagen de decepción estupefacta de las caras de mis convecinos adultos.
Como era preciso aportar algo a la precaria economía familiar, pronto empecé a ayudar modestamente gracias a Alfredo, el que por entonces era proyeccionista del Cinerex, quien me acogió como ayudante en su trabajo. Ahí empecé a amar el cine, un cine en blanco y negro, con películas mutiladas y sin besos. Fueron los mejores años de mi vida.
Dinero ganaba poco, pero películas las veía todas.
No terminó del todo bien la cosa, porque bueno, el celuloide es muy inflamable y en fin, esa parte de la historia no me apetece tanto recordarla. Las cosas en la vida real no siempre son como en el cine. Mi adolescencia fue una montaña rusa y permítanme que les dé un consejo, no se fíen nunca de un mentor oriental con apariencia de sabio rebosante de bonomía. En el colegio se metían conmigo y bueno, por entonces las cosas se resolvían de otra manera. Miyagi se llamaba el tipo. Puedes mirarlo, puedes luchar, me dijo el tipo.
Y yo, que lo tengo todo y encima soy míope, pensé que lo de mirar quizá no se me iba a dar bien y aquello de luchar, pues nada mejor. Al menos el tipo parecía saber de lo que hablaba. Luchar, luchar, no sé, pero no se imaginan cómo le dejé la casa a aquel desgraciado a base de pulir cera. Cierto es que luego el que me pegaba en el cole se llevó lo suyo, pero yo creo que fue más por la mala leche que fui acupulando a base de sumar una reparación tras otra en la casa del japonés de las narices.
Cuando el mamón acosador se me puso delante, me imaginé pasando los meses de verano adecetando la casa del japo y de pura rabia le metí una patada entre ceja a ceja al matón de barrio que lo dejé en el sitio al tío. Y sí, aquello impresionó a la chica. Siempre hay una chica. Y esa fue también mi primera vez en Lides Amatorias.
Para ayudarme a impresionarla, pues había puesto el listón muy alto con aquello de la escena de la patadita del aguilucho, mi padre tuvo la genial idea de sumergirse en lo más profundo del barrio chino siguiendo la recomendación de Miyagi, que ya es raro que un japonés te recomiende algún tipo de trato con un chino, oye. Bueno, el caso es que no tardé en descubrir el porqué de aquella recomendación envenenada del puñetero japonés. Mi padre apareció en casa con un extraño bicho peludo, un peludo inocente y delicado. Me habló de tres reglas que tenía que cumplir. Algo sobre la comida de Shora y el agua, creo recordar.
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