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SUBMUNDO Rock alternativo y más solo en Radiotopia 107.8 Bienvenidos a Submundo, pequeños shoegazers.

La noche se desliza como un manto de terciopelo sobre la ciudad, mientras exploramos las profundidades del shoegaze, ese género musical que nació mirando al suelo, pero alcanzó las estrellas.

Corría 1991 y mientras el grunt sacudía Seattle, en las brumosas calles de Reading, Inglaterra, una banda llamada Slowdive estaba a punto de cambiar la forma en que entendíamos el ruido.

Pero retrocedamos un poco, ¿qué es exactamente el shoegaze? Imaginad una pared de guitarras distorsionadas, tan densa como la niebla londinense, voces que flotan como espectros y músicos tan concentrados en sus pedales de efectos que parecían estar hipnotizados por sus propios zapatos. De ahí el nombre shoegaze, algo así como contempla zapatos, una etiqueta que comenzó como burla y terminó siendo un emblema de orgullo, como muchas otras.

Slowdive apareció en 1989 en Reading, Inglaterra, justo cuando otros géneros como el Britpop o el grunch estaban cocinándose.

Su música es como un sueño, voces suaves, guitarras flotantes y una atmósfera que te hace sentir que estás entre la vigilia y el sueño. Su primer álbum, Just For A Day, de 1991, es como una postal sonora desde el borde de un universo paralelo, lleno de melancolía y belleza etérea.

Just For A Day y So Lucky, de 1993, redefinieron los límites entre el ruido y la belleza, donde Neil Hamstead y Rachel Goswell entrelazaban sus voces como si fueran hebras de un tapiz soñado.

So Lucky es un viaje emocional, melancólico pero acogedor, como una manta sonora para los días grises.

Pocos lo saben, pero Brian Eno colaboró en la producción de este disco.

Y no estaban solos en este viaje cósmico. Ride, Last, Chapter House, Cotto Twins, cada banda aportando su propio matiz a esta sinfonía del sueño. My Blue Valentine había abierto el camino en 1988, con su revolucionario Isn't Anything, creando un sonido que parecía venir de otra dimensión, pero fueron Slow Dive quienes llevaron esta estética al siguiente nivel.

Pero más allá de la música, el Sugaze representaba una forma diferente de entender el rock. Lejos del protagonismo y la gran dilocuencia, estos artistas creaban océanos de sonido, donde el ego se disolvía en favor de la experiencia creativa. A pesar de la calidad de estas bandas, el Sugaze no fue un gran éxito comercial en su época. La gente prefería cosas más directas y menos envolventes. Así que, como pasa con muchos movimientos artísticos, el Sugaze tuvo que esperar a ser redescubierto años después. Slow Dive se disolvió en 1995, pero su legado siguió creciendo.

Y como por arte de magia, Slow Dive regresó en 2014, demostrando que su música no envejece, solo evoluciona.

Su álbum de 2017, titulado simplemente Slow Dive, muestra que su capacidad para crear paisajes sonoros sigue intacta, pero con una madurez que sólo el tiempo puede dar.

Hoy, más de 30 años después, bandas como Beach House o M83 siguen explorando los senderos que Slow Dive y sus contemporáneos abrieron.

Quizás, en un mundo cada vez más ruidoso, necesitamos más que nunca esa dulce distorsión, ese ruido hermoso que nos recuerda que a veces hay que mirar hacia abajo para poder tocar el cielo.

Del último álbum de Slow Dive, Everything is Alive, emerge Kisses.

Es curioso cómo una banda que comenzó en los 90 puede seguir capturando la esencia de nuestros tiempos, con la misma magia etérea que los caracterizó desde el principio. La voz de Rachel Goswell flota sobre las guitarras, mientras la banda teje un paisaje sonoro atemporal. Esta es una canción que habla de cicatrices que sanan, de conexiones que perduran, y de cómo algunos besos no son necesarios.