Un programa casi normal #18. MundoOscuro capítulo 3 32281r

Se detuvo el 19 de agosto del 2019, a las 14.35 hora GMT, como si alguien hubiera tirado con fuerza del freno de mano de un vagón de ferrocarril, provocando un terrible descarrilamiento.

Todos los sistemas eléctricos quedaron inutilizados sumiendo al planeta en un silencio atroz.

Aviones desplomados como palomas abatidas por cazadores, trenes descarrilados, navíos perdidos en la inmensidad del mar al colapsar sus sistemas de navegación y de propulsión unido a una serie de macabras catástrofes provocadas por el colapso de todos los satélites y sistemas de comunicación de los que la humanidad por completo dependía.

Tan solo los aparatos eléctricos más sencillos sobrevivieron y los grupos de energía y electrógenos auxiliares salvaron millones de vidas al mantener en funcionamiento, aunque de manera básica, a los hospitales de todo el mundo.

Los científicos trataron de comprender el motivo por el que habían vuelto a fracasar en la predicción de una catástrofe como aquella mientras cientos de grupos al margen de la ley trataron de beneficiarse de la nueva situación, pero muy pocos lo habían vaticinado.

Mundo oscuro, capítulo 3 La muchedumbre corría sin rumbo por la calle atropellándose como una marabunta de seres aterrados.

María había cesado de gritar y temblaba de rabia.

A su lado, Álvaro trataba de consolarla tomándola con una mano, pero Sebas alzó la voz, parecía mucho más tranquilo que María y la mirada le brillaba con una chispa de decisión.

—¡Tranquilos! gritó.

Toca buscarse la vida.

¡Seguidme! Tengo una idea.

Sus amigos obedecieron en silencio.

Sebas corría hacia un antiguo Ford Fiesta de color canela cuya pintura lucía desgastada por la intemperie.

Tomó una piedra pesada y golpeó con ella la luna del piloto.

Luego apartó los cristales empleando el pasamontañas como protección, extrajo una navaja del bolsillo y se agachó debajo del volante.

—Voy a hacer un puente para arrancarlo —informó mientras operaba con los cables—.

Dejad las bolsas en el asiento de atrás.

María, encárgate de ellas.

Álvaro lanzó una mirada cargada de preocupación cuando ocupó el asiento del copiloto.

María tomó las tres bolsas y las situó junto a ella en el estrecho asiento del vehículo.

—¿Esto va a arrancar? preguntó Álvaro con desconciencia.

¿No se habrá cargado a la tormenta el sistema eléctrico? —Joder, Álvaro —dijo Sebas desde debajo del volante—, esto es un Ford Fiesta de los años noventa.

Tu reloj lleva más electrónica que esta mierda.

Un chispazo arrancó el motor y Sebas se acomodó en el asiento del piloto.

—Cojonudo, Sebas, muy buen trabajo —dijo Álvaro visiblemente aliviado—.

Vamos a la tienda a dejar ahí el botín.

Luego quiero ir a casa del tío Paco.

El motor traqueteó un instante cuando Sebas introdujo la primera marcha.

—¿Cuándo tardarás en fundir el oro? —preguntó.

—No lo sé exactamente —contestó Álvaro—.

Lo primero que tenemos que hacer es esconder el botín y después me pondré a fundirlo.

Tengo un pequeño grupo electrógeno en el sótano, pero no quiero ponerme a trabajar porque puedo llamar la atención.

Hace mucho ruido y la gente podría tratar de acercarse para ver qué hacemos.

De todas formas, venid a eso a las seis y lo hablamos.

—Joder, ¿cómo está la carretera? —Me figuró que te deshagas del coche, Sebas —intervino Marta algo asustada—.

¿Lo vas a quemar? El vehículo avanzaba lentamente sorteando el estrépito y tratando de navegar en un mar donde, de pronto, todas las reglas habían dejado de imperar.

—¿Para qué coño lo voy a quemar? —replicó Sebas divertido.

—Lo dejaré tirado cerca de mi casa.

Tengo otro coche, el que uso para ir a cazar.

Es un todoterreno, claro.

Es bastante antiguo, así que me figuro que no habrá recibido daño de la mierda esta de tormenta.

—Coño, lo digo porque si denuncian el robo de este coche pueden sacar las huellas e identificarlas —se defendió María.

Álvaro se giró hacia ella con una sonrisa nerviosa en el rostro.