La trágica primavera española del 36 2v605v

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Era enero de 1936 y España respiraba bajo el peso de una crisis política que parecía no tener salida. El presidente del consejo de ministros Manuel Portela Valladares tomó una decisión drástica, disolver las Cortes Generales. Aquel 4 de enero el país se quedó sin parlamento, pero no sin esperanza, o al menos esa era la intención. El gobierno de centro-derecha que lideraba Portela Valladares navegaba en aguas turbulentas. Sin una mayoría sólida que lo respaldara, cada sesión en las Cortes se convertía en un campo de batalla.

Las voces discordantes de izquierdas y derechas resonaban en los escaños, ahogando cualquier intento de diálogo. La coalición que sostenía al gobierno era frágil como el cristal y las tensiones internas amenazaban con quebrarla en cualquier momento. La sociedad española, cada vez más polarizada, veía como esta división se reflejaba en sus representantes. Las Cortes, lejos de ser un espacio de consenso, eran el espejo de un país fracturado. Portela Valladares, consciente de la parálisis que sufría su gobierno, llegó a una conclusión. Sólo unas nuevas elecciones podrían romper el bloqueo.

Quizá, pensó, el pueblo español sería capaz de darle a España una mayoría clara, un gobierno estable que lograra calmar los ánimos. Pero el tiempo apremiaba. A su alrededor, las presiones se multiplicaban. La izquierda exigía deshacer las políticas del bien o conservador, mientras la derecha alertaba del fantasma de una revolución.

En medio de ese turbellino, Portela Valladares intentó abrirse paso proponiendo una solución moderada, un gobierno de centro capaz igual a los extremos. Y así llegamos a los días de campaña electoral previa a las elecciones generales del 16 de febrero que fue, sin duda, una de las más tensas, polarizadas y violentas de toda la Segunda República.

Aquel invierno estuvo marcado por un ambiente político enrarecido, con una sociedad profundamente dividida, donde la crispación ideológica, la radicalización de los discursos y la agitación social conformaban un clima casi prehélico. Desde el principio, las elecciones se plantearon como un auténtico plebiscito, entre dos visiones opuestas del país.

De un lado, el Frente Popular, una coalición de partidos republicanos de izquierdas y organizaciones obreras, entre ellos Izquierda Republicana, Unión Republicana, el Partido Socialista Obrero Español, el Partido Comunista y otras fuerzas menores. Del otro, las derechas aglutinadas en torno al Bloque Nacional, Blacera, Renovación Española, Monárquicos y Carlistas. Entre ambos bloques, el centro político había quedado debilitado y sin capacidad de intermediación real.

La campaña fue breve, intensa y extremadamente conflictiva. El clima de hostilidad política se reflejaba en los mitines, los periódicos, los pasillanes callejeros y también en los enfrentamientos físicos. Las agresiones entre militantes de partidos contrarios eran frecuentes y no pocas veces derivaban en tiroteos, destrozos de seres partidarios o sabotajes. Según diversas fuentes, en el transcurso de la campaña se registraron más de treinta muertos y centenares de heridos a consecuencia de los choques violentos. Las fuerzas de orden público se veían desbordadas o intervenían de forma parcial, generando aún más tensión.

Las agresiones provenían de todos los sectores. Por un lado, Falange Española emprendió una campaña de violencia callejera contra sedes de partidos del Partido Comunista.