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Café de Medianoche
Terror: La Casa de Adela - 2da parte

Terror: La Casa de Adela - 2da parte 3y6x2d

7/3/2025 · 18:27
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Café de Medianoche

Descripción de Terror: La Casa de Adela - 2da parte c4417

Prepara los auriculares… esta noche tenemos para ti la segunda parte del relato de terror “La casa de Adela”. Música: John Carpenter - The Shape Kills No se olviden de seguirnos en nuestras redes sociales: YouTube: https://youtube.com/@cafedemedianoche94?si=dor34uHDFU23NPeF Facebook: https://www.facebook.com/profile.php?id=61553052512813&mibextid=ZbWKwL Instagram: https://www.instagram.com/cafe_medianoche?igsh=MTJpejg0YTA4NjE2 Si gustan invitarnos un café, estamos activos en la plataforma Ko-fi; acá nuestro enlace: https://ko-fi.com/cafedemedianoche q4z1i

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Adela y Pablo no hablaban de otra cosa, todo era la casa. Preguntaban por el barrio sobre la casa, preguntaban al kiosquero y en el club a Don Justo, que esperaba el atardecer sentado en una silla sobre la vereda, a los gallegos del bazar y a la verdulera. Nadie les decía nada de importancia. Pero varios coincidieron en que la rareza de las ventanas tapiadas y ese jardín seco les daba escalofríos, tristeza, a veces miedo, sobre todo de noche. Muchos se acordaban de los viejitos, eran rusos o lituanos, muy amables, muy callados. ¿Y los hijos? Algunos decían que peleaban por la herencia, otros que nunca visitaban a sus padres, ni siquiera cuando se enfermaron. Nadie los conocía. Los hijos, si existían, eran un misterio.

Alguien tuvo que tapiar las ventanas, le dijo mi hermano a Don Justo. Vos sabes que sí, ahora qué decís. Pero lo hicieron unos albañiles, no lo hicieron los hijos. A lo mejor los albañiles eran los hijos. Seguro que no, eran bien morochos los albañiles y los viejitos eran rubios, transparentes. Como vos, Adelita, como tu mamá, polacos debían ser.

La idea de entrar a la casa fue de mi hermano, estaba fanatizado, tenía que saber qué había pasado en esa casa, qué había adentro. Lo deseaba con un enorme fervor muy extraño para un chico de 11 años. No entiendo, nunca pude entender qué le hizo a la casa, cómo lo atrajo así, por qué lo atrajo a él primero. Y él contagió a Adela.

Se sentaban en el camino de baldosas amarillas y rosas que partían el jardín reseco. El portón de hierro oxidado estaba siempre abierto, les daba la bienvenida. Yo los acompañaba, pero me quedaba afuera, en la vereda. Ellos miraban la puerta como si creyeran que podían abrirla con la mente. Pasaban horas ahí sentados, en silencio.

La gente que pasaba por la vereda no les prestaba atención, no les parecía raro o quizá no los veían. Yo no me atrevía a contarle nada a mi madre. O, a lo mejor, la casa no me dejaba hablar. La casa no quería que lo salvara. Seguíamos riñéndonos en el living de la casa de Adela, pero no se hablaba de películas. Ahora, Pablo y Adela, pero sobre todo Adela, contaba historias de la casa.

¿De dónde las sacan? Les pregunté una tarde. Parecieron sorprendidos. Se miraron.

La casa nos cuenta las historias. ¿Vos no las escuchas? Pobre, dijo Pablo. No escucha la voz de la casa. No importa, dijo Adela. Nosotros te contamos. Y me contaban. Sobre la viejita que tenía unos ojos sin pupilas, pero no estaba ciega. Sobre el viejito que quemaba libros de medicina, junto al gallinero vacío en el patio de atrás. Sobre el patio de atrás, igual de seco y muerto que el jardín, lleno de pequeños agujeros como madrigueras de ratas.

Sobre una canilla que no dejaba de gotear porque lo que vivía en la casa necesitaba agua. A Pablo le costó un poco convencer a Adela de entrar. Fue extraño. Ella parecía tener miedo. Ella parecía entender mejor. Mi hermano le insistía. La agarraba del único brazo y hasta la sacudía. Decidieron entrar a la casa el último día de verano. Fueron las exactas palabras de Adela una tarde de discusión en el living de su casa.

El último día de verano, Pablo, dijo. Dentro de una semana. Quisieron que yo los acompañara y acepté porque no quería dejarlos. Yo tenía nueve años. Era más chica que ellos, pero sentía que debía cuidarlos. Que no podían entrar solos a la oscuridad. Decidimos entrar de noche después de cenar. Teníamos que escaparnos, pero salir de la casa de noche en verano no era tan difícil.

Los chicos jugaban en la calle hasta tarde en el barrio. Ahora ya no es así. Ahora es un barrio pobre y peligroso. Los vecinos no salen. Tienen miedo de que los roben. Tienen miedo de los adolescentes que toman vino en las esquinas. El chalet de Adela se vendió y fue dividido en departamentos. En el parque se construyó un galpón. Es mejor, creo. El galpón oculta las sombras.

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