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Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19 i2v1b
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Espacio Semanal donde aporto mi granito de arena comentando el Evangelio Dominical y fechas destacados del Calendario General Romano. o6g46
Espacio Semanal donde aporto mi granito de arena comentando el Evangelio Dominical y fechas destacados del Calendario General Romano.
Domingo XV T.O: Parábola del Buen Samaritano
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
Es la misma compasión con la cual el Señor viene a encontrar a cada uno de nosotros: Él no nos ignora, conoce nuestros dolores, sabe cuánta necesidad tenemos de ayuda y consolación. Esta cerca y no nos abandona jamás. Pero podemos, cada uno de nosotros, hacernos la pregunta y responder en el corazón: “¿Yo lo creo? ¿Yo creo que el Señor tiene compasión de mí, así como soy, pecador, con tantos problemas y tantas cosas?”. Pensar en esto y la respuesta es: “¡Sí!”. Pero, cada uno debe mirar en el corazón si tiene la fe en esta compasión de Dios, de Dios bueno que se acerca, nos cura, nos acaricia. Y si nosotros lo rechazamos, Él espera: ¡es paciente! Siempre junto a nosotros. El samaritano se comporta con verdadera misericordia: venda las heridas de aquel hombre, lo lleva a un albergue, lo cuida personalmente, provee a su asistencia. Todo esto nos enseña que la compasión, el amor, no es un sentimiento vago, sino significa cuidar al otro hasta pagar personalmente. Significa comprometerse cumpliendo todos los pasos necesarios para “acercarse” al otro hasta identificarse con él: «amaras a tu prójimo como a ti mismo». Este es el mandamiento del Señor.
12:56
Domingo XIV T.O
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
La imagen del pastor era común en la antigüedad semítica para describir la función de los jefes del pueblo. Pero la insuficiente realización de lo que debería implicar este título lleva a los profetas a reservarlo al Señor. Él será el verdadero pastor de su pueblo al que conducirá, defenderá, y procurará alimento. Cuidará además de las ovejas heridas por culpa de los malos pastores. Juan pone en boca de Jesús la expresión “Yo soy el Buen Pastor”. Jesús aplica a los suyos la cálida apelación de “pequeño rebaño” y a través de la parábola de la oveja perdida describirá su misión en el mundo como conducción y salvación.
13:59
Domingo XIII T.O
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
¿Qué significa seguir a Jesús para los cristianos en general? En el Evangelio de hoy parece que Jesús pone las cosas difíciles a los que quieren seguirlo. A uno le promete vivir en la más total de las pobrezas –“las zorras tiene madriguera pero el Hijo no tiene donde reposar la cabeza”–, a otro le pide que abandone a su familia sin siquiera enterrar a su padre –para los judíos enterrar a los muertos es uno de los más sagrados deberes, cuánto más al padre–, a otro le impide incluso despedirse de su familia. La llamada de Jesús es una llamada radical que descoloca a las personas de su vida para ponerlas al servicio del Reino. Entonces, ¿quién puede seguir a Jesús? La respuesta está en la segunda lectura, de la carta a los gálatas. Ahí está la clave para comprender el servicio del Reino al que Jesús nos llama. Incluso se podría cambiar el orden de las lecturas y leer la segunda después del Evangelio. Pablo comienza proclamando que Jesús nos ha liberado para que seamos libres. El Reino es lo absolutamente contrario a la esclavitud. El Reino de Dios es el reino de la libertad. Vivir al servicio del Reino significa asumir radicalmente la libertad que Dios nos ha concedido en Cristo. Asumirla con sus riesgos y asumirla responsablemente. Entrar en el Reino es madurar como personas. Los hijos de Dios no tienen más vocación que la libertad. Y ahí no se pueden hacer concesiones. No hay que volverse a mirar el tiempo en que fuimos esclavos, no hay que preocuparse siquiera de enterrar lo que abandonamos. Nuestra vocación nos llama a crecer en libertad. No es fácil vivir en libertad y asumirla responsablemente. Es un camino duro –como el de Jesús, en subida hacia Jerusalén–. Supone renunciar a muchas seguridades. Pero ahí es donde nos quiere Dios. Claro que es una libertad atemperada en la relación por el amor. Somos libres para amar con todo el corazón. Somos libres desde la verdad más verdadera de nuestras vidas: todos somos hermanos y hermanas en Jesús. Somos libres para tomar las decisiones que nos lleven a amar y respetar la vida en su integridad, la propia y la de los demás. Somos libres para defender la vida frente a todas las amenazas. Somos libres para vivir en solidaridad con toda la creación. Seguir a Jesús para el cristiano significa madurar en libertad, dejar de ser esclavo de las normas y ser agente activo en la construcción de un mundo más justo, más hermano y más libre.
13:26
Corpus Christi
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
Esta tarde nosotros somos la multitud del Evangelio, también nosotros buscamos seguir a Jesús para escucharle, para entrar en comunión con Él en la Eucaristía, para acompañarle y para que nos acompañe. Preguntémonos: ¿cómo sigo yo a Jesús? Jesús habla en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirle quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don a Él y a los demás. Demos un paso adelante: ¿de dónde nace la invitación que Jesús hace a los discípulos para que sacien ellos mismos a la multitud? Nace de dos elementos: ante todo de la multitud, que, siguiendo a Jesús, está a la intemperie, lejos de lugares habitados, mientras se hace tarde; y después de la preocupación de los discípulos, que piden a Jesús que despida a la muchedumbre para que se dirija a los lugares vecinos a hallar alimento y cobijo (cf. Lc 9, 12). Ante la necesidad de la multitud, he aquí la solución de los discípulos: que cada uno se ocupe de sí mismo; ¡despedir a la muchedumbre! ¡Cuántas veces nosotros cristianos hemos tenido esta tentación! No nos hacemos cargo de las necesidades de los demás, despidiéndoles con un piadoso: «Que Dios te ayude», o con un no tan piadoso: «Buena suerte», y si no te veo más... Pero la solución de Jesús va en otra dirección, una dirección que sorprende a los discípulos: «Dadles vosotros de comer». Pero ¿cómo es posible que seamos nosotros quienes demos de comer a una multitud? «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente» (Lc 9, 13). Pero Jesús no se desanima: pide a los discípulos que hagan sentarse a la gente en comunidades de cincuenta personas, eleva los ojos al cielo, reza la bendición, parte los panes y los da a los discípulos para que los distribuyan (cf. Lc 9, 16). Es un momento de profunda comunión: la multitud saciada por la palabra del Señor se nutre ahora por su pan de vida. Y todos se saciaron, apunta el Evangelista (cf. Lc 9, 17).
13:52
Santísima Trinidad
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
Hoy celebramos la solemnidad del misterio que está en el centro de nuestra fe, del cual todo procede y al cual todo vuelve. El misterio de la unidad de Dios y, a la vez, de su subsistencia en tres Personas iguales y distintas. Padre, Hijo y Espíritu Santo: la unidad en la comunión y la comunión en la unidad. Conviene que los cristianos, en este gran día, seamos conscientes de que este misterio está presente en nuestras vidas: desde el Bautismo —que recibimos en nombre de la Santísima Trinidad— hasta nuestra participación en la Eucaristía, que se hace para gloria del Padre, por su Hijo Jesucristo, gracias al Espíritu Santo. Y es la señal por la cual nos reconocemos como cristianos: la señal de la Cruz en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La misión del Hijo, Jesucristo, consiste en la revelación de su Padre, del cual es la imagen perfecta, y en el don del Espíritu, también revelado por el Hijo. La lectura evangélica proclamada hoy nos lo muestra: el Hijo recibe todo del Padre en la perfecta unidad: «Todo lo que tiene el Padre es mío», y el Espíritu recibe lo que Él es, del Padre y del Hijo. Dice Jesús: «Por eso he dicho: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros’» (Jn 16,15). Y en otro pasaje de este mismo discurso (15,26): «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí». Aprendamos de esto la gran y consoladora verdad: la Trinidad Santísima, lejos de ponerse aparte, distante e inaccesible, viene a nosotros, habita en nosotros y nos transforma en interlocutores suyos. Y esto por medio del Espíritu, quien así nos guía hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13). La incomparable “dignidad del cristiano”, de la cual habla varias veces san León el Grande, es ésta: poseer en sí el misterio de Dios y, entonces, tener ya, desde esta tierra, la propia “ciudadanía” en el cielo (cf. Flp 3,20), es decir, en el seno de la Trinidad Santísima.
11:52
Pentecostés
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
En este día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo. Pero, ¿qué sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que llega adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que sopla fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en su corazón. Como consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu Santo», que desencadenó su fuerza irresistible, con resultados llamativos: «Empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a una situación totalmente sorprendente: una multitud se congrega y queda irada porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su propia lengua. Todos experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos hablar en nuestra lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios». A la luz de este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad, armonía, misión.
16:44
Ascensión del Señor
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
Hoy se nos invita a levantar la mirada y a contemplar a Jesús, Dios y hombre verdadero, sentado a la derecha del Padre. Él es Dios, junto con el Padre y el Espíritu Santo. Y Él, que se hizo hombre encarnándose en el seno de la Virgen María, ha elevado nuestra condición humana a una dignidad impensable: somos hijos de Dios en su Hijo amado. De este modo, el Señor que asciende al Cielo nos abre la puerta de la vida eterna. Benedicto XVI decía que: «En Cristo elevado al Cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios». ¡Qué amor tan grande el que tiene Dios por nosotros!
11:33
Domingo VI Pascua
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
Paz. Gozo. Fe. Esta era Su preocupación por Sus seguidores la noche antes de Su sufrimiento. ¡Sorprendente! Vea el versículo 27. Paz. "La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo". Vea el versículo 28b. Gozo. "Si me amarais, os regocijaríais porque voy al Padre, ya que el Padre es mayor que yo”. Vea el versículo 29. Fe. "Os lo digo desde ahora, antes de que pase, para que cuando suceda, creáis [¡tengan fe!]". Este es su enfoque justo antes de sufrir. Quiero que tengan paz. Quiero que tengan un gozo profundo. Quiero que crean en lo que digo y en lo que hago, que tengan una fe inconmovible. Quiero que tengan el tipo de paz que doy, no la del mundo; el tipo de gozo que doy, no el del mundo; el tipo de fe que doy, no la del mundo. Este es el resultado práctico de estos versículos -de hecho, es el resultado de esta noche, de este sufrimiento, de este evangelio.
15:14
V Domingo Pascua
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34). Amando a los suyos “hasta el fin” (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Y también: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12).
14:20
IV Domingo Pascua
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
En este cuarto domingo de pascua, el evangelio nos habla de Jesús, Buen Pastor. Él mismo se atribuye esta denominación. Israel poseía una importante cultura pastoril y Jesús se sirve de ella para describir su misión. El pastor conduce al rebaño y le procura pastos abundantes, conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él. Los evangelios sinópticos ofrecen numerosos rasgos de esta alegoría, pero es Juan quien retoma los datos y los profundiza. Jesús es pastor de modo singular y perfecto porque da su misma vida por sus ovejas, las alimenta de sí mismo y las reúne en el aprisco del reino. La imagen del pastor era común en la antigüedad semítica para describir la función de los jefes del pueblo. Pero la insuficiente realización de lo que debería implicar este título lleva a los profetas a reservarlo al Señor. Él será el verdadero pastor de su pueblo al que conducirá, defenderá, y procurará alimento. Cuidará además de las ovejas heridas por culpa de los malos pastores. Juan pone en boca de Jesús la expresión “Yo soy el Buen Pastor”. Jesús aplica a los suyos la cálida apelación de “pequeño rebaño” y a través de la parábola de la oveja perdida describirá su misión en el mundo como conducción y salvación.
10:08
III Domingo Pascua
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
"El Evangelio de Lucas dice: ‘Y Pedro lloró amargamente’. Aquel entusiasmo de seguir a Jesús se convirtió en llanto, porque él ha pecado: él ha renegado a Jesús. Aquella mirada cambia el corazón de Pedro, más que antes. El primer cambio es el cambio de nombre y también de vocación. Esta segunda mirada es una mirada que cambia el corazón y es un cambio de conversión al amor”. "También nosotros podemos pensar: ¿cuál es hoy la mirada de Jesús sobre mí? ¿Cómo me mira Jesús? ¿Con una llamada? ¿Con un perdón? ¿Con una misión? Pero, por el camino que Él ha hecho, todos nosotros estamos bajo la mirada de Jesús. Él nos mira siempre con amor. Nos pide algo, nos perdona algo y nos da una misión. Ahora Jesús viene sobre el altar. Que cada uno de nosotros piense: ‘Señor, Tú estás aquí, entre nosotros. Fija tu mirada sobre mí y dime qué debo hacer; cómo debo llorar mis equivocaciones, mis pecados; cuál es el coraje con el que debo ir adelante por el camino que tú has recorrido primero”. "Entristecido porque por tercera vez Él le pregunta: ‘¿Me amas?’. Y él le dice: ‘Pero Señor, Tú sabes todo. Tú sabes que te amo’. Y Jesús responde: ‘Apacienta mis ovejas’. Ésta es la tercera mirada, la mirada de la misión. La primera, la mirada de la elección, con el entusiasmo de seguir a Jesús; la segunda, la mirada del arrepentimiento en el momento de aquel pecado tan grave por haber renegado a Jesús; la tercera mirada es la mirada de la misión: ‘Apacienta mis corderos’; ‘Pastorea mis ovejas’; ‘Apacienta mis ovejas’”.
14:37
II Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
Paz a vosotros!. Así se dirige Jesús a los Apóstoles en el pasaje evangélico de este domingo con el que concluye la octava de Pascua. Es un saludo que encuentra en nuestro corazón, en estas horas, un eco particularmente profundo… La Paz es don de Dios… La liturgia de hoy nos invita a encontrar en la Misericordia divina el manantial de la auténtica paz que nos ofrece Cristo Resucitado. Las llagas del Señor resucitado y glorioso constituyen el signo permanente del amor misericordioso de Dios a la humanidad. De ellas se irradia una luz espiritual, que ilumina las conciencias e infunde en los corazones consuelo y esperanza. Jesús, ¡en ti confío!, repetimos en esta hora complicada y difícil, sabiendo que necesitamos esa Misericordia divina que hace medio siglo el Señor manifestó con tanta generosidad a santa Faustina Kowalska. Alli donde son más arduas las pruebas y las dificultades, más insistente ha de ser la invocación al Señor resucitado y más ferviente la imploración del don de su Espíritu, manantial de amor y de paz.” Que tengas un feliz domingo, feliz día del Señor. Feliz Pascua de Resurrección. Feliz Domingo de la Misericordia Divina. Que tengas un buen día.
13:29
Domingo de Resurreción
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
Hoy la Iglesia repite, canta, grita, Jesús ha resucitado, pero ¿cómo es esto? Pedro, Juan y las mujeres fueron al sepulcro y estaba vacío, pero Él no estaba. Y fueron con el corazón cerrado de la tristeza, la tristeza de una derrota, el Maestro, su Maestro, aquel que tanto amaban ha sido justiciado y muerto y de la muerte no se regresa. Esta es la derrota, este es el camino de la derrota, el camino hacia el sepulcro. Pero el ángel les dice: no está aquí, ha resucitado. El primer anuncio, ¡ha resucitado! Después la confusión, el corazón cerrado, las apariciones, ellos cerrados, toda la jornada en el cenáculo porque tenían miedo que les sucediera a ellos lo que le sucedió a Jesús. Y la Iglesia no deja de decir a nuestros fracasos, a nuestros corazones cerrados, temerosos… ¡detente!, el Señor ha resucitado. Pero si el señor ha resucitado como es que suceden estas cosas, como es que suceden tantas desgracias, enfermedades, tráfico de personas, trata de personas, guerra , destrucción, mutilación, revancha, odio… ¿dónde está el Señor?
10:54
Vigilia Pascual
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
En el transcurso de la Noche Santa participamos en el misterio pascual por medio de la celebración de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. En la segunda misa de Pascua, damos gracias por la vida nueva, cuya fuente nos ha sido abierta por la Resurrección de Cristo. Hoy es la fiesta de las fiestas y el día de Cristo el Señor por excelencia. Hoy, Jesús vencedor de la muerte y del pecado, se manifestó a los suyos; hoy se dio a conocer a sus dos discípulos en el camino de Emaús por medio de la fracción del pan: hoy confirió el Espíritu Santo a sus Apóstoles para la remisión de los pecados y los envió al mundo para ser sus testigos. Como consecuencia de todo esto, cantamos: "Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo". (Salmo 117).
15:25
Viernes Santo
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
La Santa Cruz es la señal de los cristianos. Porque en ella –decían los viejos y siempre necesarios catecismos- murió por nosotros Nuestro Señor Jesucristo. Con la liturgia hemos de decir, de proclamar, de sentir y de vivir –aun desde el misterio: “¡Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección glorificamos! Por el madero ha venido la alegría al mundo entero! “Oh cruz fiel, árbol único en nobleza. Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza. Cantemos la nobleza de esta guerra, el triunfo de la sangre y del madero; y un Redentor, que en trance de cordero, sacrificado en cruz, salvó la tierra”. “¡Tu cruz, adoramos, Señor!”
12:37
Jueves Santo
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
El amor que Dios nos manifiesta debe convertirse en servicio que dé testimonio de su presencia entre nosotros. El cristiano siguiendo él "amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15 12) debe ser como esa levadura que transforma al mundo para que este se renueve y se transforme. El egoísmo del hombre se vence con la entrega generosa a los demás. En el servicio resida la verdadera realización personal y la felicidad. Solo el que se dio triunfó. Si vivimos con profundidad la ceremonia nos daremos cuenta de que Cristo se pone al servicio del Padre para salvar al hombre ofreciendo su propia vida como rescate, bien podríamos decir que esta es su misión. Con el "también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" Cristo confiere en especial a ese grupo de discípulos conocidos como apóstoles su propia misión, especialmente el consagrar el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre para la remisión de los pecados al decir "haced esto en memoria mía". Es en este momento en el que Cristo designa a este grupo como sacerdotes, es decir instituye el sacerdocio. Cada uno de estos hombres a partir de este momento es copartícipe de la misión de Cristo: salvar al hombre por medio de la entrega total al servicio de Dios.
11:41
Domingo de Ramos
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
En el centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está la palabra que hemos escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses: “Se humilló a sí mismo” (2, 8). La humillación de Jesús. Esta palabra nos desvela el estilo de Dios y, en consecuencia, el que debe ser del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde. Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia bien leyendo la historia del Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír todas aquellas murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad. En esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua, seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será “santa” también para nosotros. Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la “roca” de los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios. Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación. Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la “condición de siervo” (Flp 2, 7). En efecto, “humildad quiere decir también servicio, significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo, “despojándose”, como dice la Escritura (v. 7). Esta – este vaciarse – es la humillación más grande. Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito... Es la otra vía. El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y, con él, sólo con su gracia, con su ayuda, también nosotros podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida. En esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad, un sin techo... Pensemos también en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne. Y pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de hoy – hay tantos – no reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar en verdad de “una nube de testigos”: los mártires de hoy (cf. Hb 12, 1). Durante esta Semana Santa, pongámonos también nosotros en este camino de la humildad, con tanto amor a Él, a nuestro Señor y Salvador. El amor nos guiará y nos dará fuerza. Y, donde está él, estaremos también nosotros (cf. Jn 12, 26).
12:32
V Domingo Cuaresma
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
Las lecturas de hoy —y alguna otra— me dan pie para hablar de tres mujeres y de tres jueces: una mujer inocente (conocida como la casta Susana:Dan 13, 1-64), una pecadora (la sorprendida en adulterio: Jn 8,1-11), y una pobre viuda necesitada (la que acude al juez inicuo: Lc 18,1-8). Las tres, según algunos Padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: la Iglesia Santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada. Los tres jueces son malos y corruptos: primero el juicio de los escribas y fariseos que llevan a la adúltera ante Jesús. Tenían en el corazón la corrupción de la rigidez. Se sentían puros porque observaban la letra de la ley: ¡la ley dice esto y hay que hacerlo! Pero no eran santos, sino corruptos, porque una rigidez de ese tipo solo puede darse en una doble vida, y los que condenan a esas mujeres, luego iban tras ellas, a escondidas, para divertirse un poco. Los rígidos son —uso el adjetivo que les daba Jesús— hipócritas: tienen una doble vida. Los que juzgan, por ejemplo a la Iglesia —las tres mujeres son figuras de la Iglesia—, los que juzgan con rigidez a la Iglesia, llevan una doble vida. ¡Y con esa rigidez no se puede ni respirar! Luego están los dos jueces ancianos que chantajean a una mujer —Susana— para que se les entregue, pero ella se resiste. Eran jueces viciosos, con la corrupción del vicio, en este caso la lujuria. Y dicen que, cuando uno tiene el vicio de la lujuria, con los años se vuelve más feroz, más malo. Y finalmente, el juez al que acude la pobre viuda, un juez que ni temía a Dios ni se preocupaba de nadie: ¡no le importaba nada! Solo se preocupaba de sí mismo. Era un negociante, un juez que, con su oficio de juzgar, hacía negocios; un corrupto del dinero y del prestigio. Y esos jueces —el negociante, los viciosos y los rígidos— desconocían la palabra misericordia. La corrupción no les dejaba comprender la misericordia, ni ser misericordiosos. Pero la Biblia dice que en la misericordia está precisamente el justo juicio (cfr. Sant 2,13). Por eso, las tres mujeres —la santa, la pecadora y la necesitada, figuras alegóricas de la Iglesia— sufren esa falta de misericordia. También hoy, el pueblo de Dios, cuando encuentra a uno de esos jueces, sufre un juicio sin misericordia, ya sea civil o eclesiástico. Y, donde no hay misericordia, no hay justicia. Cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, ¡cuántas veces se encuentra a uno de esos! Encuentra viciosos que son capaces de intentar abusar de ellos, y ése es uno de los pecados más graves; encuentra a los negociantes que no dan oxigeno a aquella alma, ni le dan esperanza; y encuentra a los rígidos que castigan en los penitentes lo que esconden en su alma. ¡Todo eso es falta de misericordia! Solo quisiera añadir una de las palabras más bonitas del evangelio, que a mí me conmueven tanto: ¿Ninguno te ha condenado? Ninguno, Señor. Tampoco yo te condeno. ¡Ni siquiera yo te condeno!: una de las palabras más hermosas, porque están llenas de misericordia.
14:39
IV Domingo Cuaresma: Parábola del Hijo Prodigo
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
El Evangelio del Hijo pródigo que acabamos de escuchar nos da un testimonio maravilloso de la misericordia de Dios-Padre. La primera parte de la parábola muestra la conducta pecadora y penitente de hijo menor. Hay que ver que fuertes fueron sus pecados contra el Padre. Por la pretensión de recibir su parte de la fortuna paternal, rompe sus relaciones filiales con el padre. Porque según las leyes judías esta pretensión era imposible e insolente. Al hijo pródigo le falta así totalmente el amor y la obediencia a su padre. Y después emigra con su parte de la fortuna paterna y la malgasta hasta el último centavo. Bajo el peso de esta culpa, hay que ver la actitud del padre: El padre no deja que el hijo haga todo el camino, sino que sale a su encuentro. Tampoco le deja terminar su acusación, ni le reprocha nada. Sino lo besa como signo de perdón. Le da sandalias, que distinguen al libre del criado. Hace vestirlo con el mejor traje, como honor extraordinario. Y le regala, incluso, un anillo - expresión del poder que le confiere. Así le sigue considerando como hijo y celebra con una fiesta su vuelta a la casa. En el padre de esta parábola, Cristo quiere mostramos la imagen de Dios Padre. Y esta actitud del Padre celestial se puede comprender sólo desde su amor paternal. Porque sabemos que todo el actuar de Dios es motivado y conducido por amor y mediante amor. Pero nosotros, quizás, confiamos demasiado en el amor justiciero de Dios: que Él nos ama en razón de nuestros esfuerzos y méritos propios. Contamos con nuestro ser bueno, para recibir el amor de Dios, para recibir nuestra recompensa bien merecida. Pero cuando somos sinceros, debemos declaramos como ?siervos inútiles? (Mt 25, 30). Así debemos reconocer siempre de nuevo que somos pecadores, que quedamos con nuestras limitaciones y debilidades, que no logramos superarlas a pesar de todos nuestros esfuerzos. Entonces comprendemos que tenemos que vincular nuestra miseria personal con la misericordia de Dios. Porque lo más profundo del amor paternal de Dios es su misericordia. Él ama a sus hijos no tanto por sus méritos, sino porque es Padre. Él no quiere más que amar a sus hijos sin límites. Un verdadero padre no abandona, cuando uno de los suyos está en la miseria. Al contrario, entonces lo ama con preferencia, porque sabe que necesita del padre, sobre todo en esa situación difícil. Así lo hace el padre en la parábola con su hijo perdido. Así lo hace el Padre celestial con nosotros, sus hijos. No quiere decir que nosotros mismos no debamos esforzarnos - pero no tengamos por demasiado importante nuestra propia obra. En el fondo sólo es importante el amor de Dios, su misericordia y su perdón paternal. Por eso, también la parábola del hijo pródigo debiera llamarse mejor ?parábola del Padre misericordioso?. Para que Dios pueda actuar, Él exige de nosotros una condición, tal como lo hizo el hijo en la parábola: Que conozcamos y reconozcamos en humildad nuestra culpa; que nos arrepintamos de nuestros pecados y faltas; que confiemos en la misericordia de Dios; que volvamos a la casa del Padre. Es la misma actitud que el sacramento de la confesión pide de nosotros. Así entendemos que la parábola del hijo pródigo y del padre misericordioso es la parábola e historia de la vida humana, la parábola e historia de nuestra propia vida: de nuestra miseria y de la misericordia de Dios para con nosotros. Tenemos un Padre tan bueno en el cielo quien nos ama a pesar de toda nuestra debilidad, más aún: quien nos ama a causa de nuestra debilidad. Volvamos, por eso, filialmente hacia ese Padre tan bueno, entreguémonos sin reservas a Él, pongamos nuestras vidas en sus manos misericordiosas. Entonces Él nos acogerá de nuevo como sus hijos predilectos y nos hará experimentar su fidelidad, su amor y su generosidad sin límites. Queridos hermanos, ese sabernos y sentirnos hijos de Dios Padre es un regalo, una gracia de Dios. Es una gracia que sólo el Espíritu Santo puede darnos. Él es el Espíritu de la filiación. Él nos regala un amor profundo, sencillo y humilde al Padre.
17:58
III Domingo Cuaresma
Episodio en Ecos de la Palabra Ciclo C 2018-19
Hoy Cristo desenmascara una preocupación presente en muchos hombres de nuestro tiempo. Y es la preocupación de pensar que los sufrimientos de la vida tienen que ver con la amistad o enemistad con Dios. Cuando todo va bien y no hay grandes angustias o desconsuelos creemos que estamos en paz y amistad con Dios. Y puede ser que realmente no suframos grandes ahogos y a la vez estemos con Dios pero Cristo nos muestra que no es así la forma de verlo. ¿Acaso los miles de personas que mueren en los atentados padecieron de esa forma porque eran más pecadores que nosotros? Por supuesto que no, pues Dios no es un legislador injusto que castiga a quienes pecan. Mejor es preocuparnos por nuestra propia conversión y dejar de juzgar a los demás por lo que les pasa en la vida. Que si este vecino se fue a la banca rota su negocio porque no daba limosna o el otro se le dividió la familia porque no iba a misa o el de más allá se le murió un hijo porque decía blasfemias. Dejemos de calcular cómo están los demás ante Dios e interesémonos más por nuestra propia conversión. Los acontecimientos dolorosos de la vida no son la clave para ver la relación de Dios con nuestro prójimo. Dios puede permitir una gran cantidad de sufrimientos en una familia para hacerles crecer en la fe y confianza con Él, pero no por eso quiere decir que Dios está contra ellos.
12:38
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