Noche de meigas m3u3r

Hora de abrir bien los ojos, de estar preparados, de no distraerse ni un instante.

Hora de oscuridad y de presagios.

Ha sonado la hora del escalofrío.

Buenas noches.

Hoy les habla el propio escalofrío.

Mi constante presentador ni siquiera da hoy entrada a mi voz con sus habituales palabras.

Durante muchos días he faltado a nuestra cita y ha tomado él mi lugar para presentarles estos cuentos de la medianoche.

Hoy, el escalofrío vuelve a sus hogares en propia voz porque hoy es noche especial para él.

Nuestra historia se llama Noche de Meigas y la ha escrito Juan Tevar.

La meiga, amigo oyente, es la bruja gallega, el norte brumoso y verde, los óreos cargados de humedad y granos dorados de maíz, el crujido de una carreta por la angosta corredoira.

Pocos lugares del mundo tan propicios a la fantasía y al terror como Galicia.

Por eso, porque el escalofrío es casi gallego de nacimiento, hoy he querido hacer un alto en mis viajes y una excepción en mis ausencias y dar entrada con mi voz a la historia de las meigas.

Que ustedes duerman bien, si pueden, después de oírla.

Había niebla, por supuesto, y un viento de invierno azotaba los altísimos pinos y daba bofetadas frías en las mejillas de nuestro caminante.

Por aquellos vericuetos de aldea sólo iluminaba de vez en vez el punto misterioso de una luciérnaga.

¿No sabes por qué brilla? No sabes, es la meiga, la brujeña, las meigas dan luz a los gusanos.

Cuidado, no te choques.

El viejo acompañaba a Carlos por aquellas corredoiras crecidas de tojos, perfumadas de humedad nocturna, fantasmadas, como decían en la aldea.

¿Fantasmadas? Fantasmadas.

Te hay fantasmas, pero te hay más meigas.

Eso sí que hay, y principalmente en este tiempo.

Era difícil no creerlo.

Por muy agnóstico que fuera Carlos, aquellos parajes predisponían, bien era cierto, a la mayor fantasmada.

Cuando llegaron al pazo salió Primitivo a recibirles.

Primitivo, llevado de una cadena al gran perrazo.

¡El señorito Carlos! Dios le dé la enhorabuena, señorito.

Dios se la dé.

Los amos están en la cocina, bien encendido el lar para recibirle.

¡Ay, cuánto tiempo, cuánto, sin que el señoriño viniera de Compostela! El negro perrazo se le acercó, lengua colgando, colmillos de vampiro, como para dar miedo al más templado.

¡Ay, no me le temas, señoriño! ¡Si es el arzobispo! ¿No se acuerda de él?