
Descripción de INFIERNO 6l1s2s
Infierno es un relato de horror grotesco escrito por María Larralde en el que un hombre despierta en medio de una brutal pesadilla. Y ahora ¡que comience la función! Música: Patric de Arteaga: patrickdearteaga.com 1b6z50
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Un relato corto, de terror, escrito por María Larralde, enviará a sus ángeles, que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo, Mateo 13, 41-42.
Un estruendo, como jamás había escuchado, me despertó en mitad de la noche. La habitación temblaba, los muebles se movían libremente como si repentinamente hubieran adquirido vida y parecía que bailaban una danza macabra al compás del movimiento que asolaba la tierra.
Los objetos de estanterías y armarios se mostraban como poseídos por la sobrenatural fuerza de un poltergeist, asustándome no sólo porque parecían animados, sino porque además me golpeaban con fuerza por todo el cuerpo cuando se tropezaban conmigo, a pesar de estar agazapado bajo las sábanas de franela azul tras las que instintivamente me parapetaba sin éxito alguno. Allá afuera un viento huracanado ululaba tan incesantemente que parecía que seres de otra dimensión estaban acechando en la oscuridad, conspirando contra mi vida, advirtiéndome de que pronto caerían sobre mí, de que acabarían destrozando mi cuerpo, arrancando mis , masticando mis vísceras.
Era un viento huracanado, no estaba seguro de lo que era aquello. Quise levantarme de la cama, pero el temblor era tal que impedía mis movimientos y me desequilibró al intentar ponerme en pie. Algo, algo me decía que aquello no era un simple terremoto, porque al mirar por la ventana advertí que el edificio, o al menos mi apartamento, estaba moviéndose. Se deslizaba pesadamente, produciendo ruidos de buque fantasma a la deriva, y las paredes parecían que iban a desencajarse en cualquier momento, dejándome caer a tierra desde la altura de un tercer piso. Era aterrador.
La angustia y el miedo, la incomprensión de unos hechos tan inusuales y abruptos, me inmovilizaron. Estaba aturdido y aterrado. Mirar alrededor era inútil como método para tranquilizarme, porque todo estaba oscuro, tan oscuro que al principio no pude apreciar nada nítidamente. Poco a poco fui observando y fijándome en cómo árboles, edificios, farolas, coches, animales y personas pasaban por la ventana de mi habitación en volandas, como cuando vas subido en un tren y los objetos se desplazan como pinturas móviles. Pero ahora sus direcciones eran aleatorias, sin un rumbo claro. Parecía que el edificio entero era llevado por alguien.
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