
Descripción de Los gatos protectores de Egipto 34l1z
Cuento de www.bosquedefantasias.com https://www.bosquedefantasias.com/recursos/cuentos-egipto/los-gatos-guardianes-de-egipto#google_vignette Voz: Ester Moreno García Música: Desert Caravan de Aaron Kenny en Biblioteca de Youtube 6t4a43
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Érase una vez, en el Antiguo Egipto, en un reino bañado por el dorado sol y pirámides que parecían tocar el cielo, unos seres muy especiales para toda su población, los gatos.
Pero los gatos en el Antiguo Egipto no eran gatos normales, no, sino seres mágicos y especiales a los que trataban como a pequeños faraones peludos.
Así, les ataviaban con grandes collares de oro, les colocaban en los palacios cómodas camas de seda, les daban delicados y deliciosos bocados y se dirigían a ellos como si fueran los héroes y señores de la ciudad. Eran considerados animales casi sagrados, y entre todos aquellos gatos tan especiales, había uno aún más extraordinario todavía, cuyo nombre era Nefertatón, un gato con el pelaje brillante como la arena del desierto, con los ojos tan azules como el nilo. Cualidades que llevaron a que se le viese en aquel lugar como un auténtico dios, por lo que fue bautizado con aquel nombre tan especial.
Nefertatón vivía en un hogar lleno de comodidades y auténticas maravillas.
Almohadones mullidos y suaves como las nubes, tazones de oro repujado llenos de pescado fresco, juguetes para saltar y limar sus uñas procedentes de tierras lejanas.
Y, sin embargo, Nefertatón no se sentía pleno, pues sentía que necesitaba salir y vivir aventuras.
Una mañana, mientras tomaba el sol en el tejado de su gran y cómoda casa, Nefertatón escuchó un murmullo entre los demás gatos de la zona.
—¡Seguro que algo terrible está sucediendo! —se dijo entonces para sí.
Tras esto, pudo ver cómo un grupo de ratones había invadido los graneros sagrados, robando toda la comida y las provisiones para la población.
Entonces, consciente del peligro, Nefertatón se levantó de un salto.
No podía permitir que esos ratones revoltosos causaran problemas a su gente.
Y con la valentía de un auténtico faraón, pudo reunir en poco tiempo a todos sus amigos y amigas gatunas.
La ágil Bastetina, el astuto Ramsesito y la curiosa Cleogata.
Y todos juntos salieron a vigilar dispuestos a defender sus tierras y su alimento.
Pero, ¿cómo podían sorprender a los ratones sin ser descubiertos? Rápidamente pensaron en cubrirse de polvo dorado para camuflarse entre la arena del desierto y brillar durante la noche bajo el brillo de la luna y así pillar desprevenidos a los ratones. Parecía la misión perfecta. Aquella misma noche, cuando la luna iluminaba las pirámides y el viento susurraba entre las espigadas palmeras, los gatos se dispusieron a vigilar. La oscuridad hacía que los ojitos de cada uno de ellos se viesen como luciérnagas, mientras sus colitas se movían al ritmo de la brisa.
Y fueron tan sigilosos que nadie escuchó ni el ruido de sus patitas. Cuando llegaron al granero, vieron a los ratones bailando y rodando por montañas de queso y trigo, y con movimientos rápidos y elegantes propios de la sacralidad de su estirpe, enredaron a los ratones en montones de cuerda de arpillera, con la que se ataban los sacos de grano. ¡Pum! ¡Pam! ¡Pum! ¡Paf! Ramsesito usó su bigote para hacer cosquillas a los ratones más traviesos, mientras Cleogata y Bastetina, saltando de saco en saco, consiguieron cercar a los ratones más pequeños e indefensos sin hacerles daño.
Así, una vez controlados los ratones, Nefertatón les hizo saber que lo que hacían ponía en peligro a otros seres vivos, y les prometió parte de la comida al final de cada mes, para que no murieran.
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