FRAGMENTOS INSOMNES-Oscuria Role Playing (Fran Moreno) 3g6n13

Bienvenidos a las lecturas de un Grimorio Insomne. Libro a libro, palabra a palabra, haremos que dormir sea imposible. Buenas noches condenados insomnes.

Hoy presentamos un fragmento en varias partes de un autor muy especial en el Grimorio Insomne.

Este relato ha surgido de las entrañas de oscuria, un juego de rol de terror narrativo creado por Fran Moreno, escritor también de la novela de horror psicológico Motel Discordia.

El pilar de este juego se basa en la creación de historias de terror. El relato que prosigue es sólo un pequeño ejemplo. Prólogo. Abro los ojos. La sensación de haber despertado me sobreviene lentamente, como una manta que se posa suavemente sobre mis sentidos. Mi mente comienza a formar extraños pensamientos, imágenes fragmentadas que no llegan a unirse en ningún momento. Lentamente me incorporo. No reconozco el lugar en el que me encuentro, pero la verdad es que tampoco me reconozco a mí mismo. No recuerdo nada de mi pasado.

Una bruma densa envuelve mi mente, devorando cualquier vestigio de mi ser. Comienzo a caminar, sin rumbo alguno. La tierra que se extiende ante mí es gris y moribunda, desolada. Rebusco en mis bolsillos para ver si encuentro algo que arroje un poco de luz sobre quién soy. Lo único que descubro es un viejo y amarillento papel. Lo despliego y descubro que se trata de un mapa. Observo con extrañeza que hay un lugar señalado en él, un lugar llamado el círculo de piedras, y en la parte inferior del mapa una inscripción, un nombre.

Dylan. ¿Mi nombre? No sé el porqué de esa certeza, pero estoy seguro que así es como me llamo. Guardo de nuevo el mapa y reparo en el destartalado cartel que se encuentra derrumbado en el suelo, a pocos metros de donde me encuentro. Bienvenido a oscuria, consigo leer. Lentamente comienzo a caminar, dirigiéndome hacia ese lugar señalado en el mapa. Capítulo primero. En lo alto de la colina, un círculo de piedras se yergue como dedos gigantescos que surgen de la tierra y señalan al cielo.

Piedras más antiguas que todo lo que les rodea, quizás más antigua que el propio tiempo. Nadie sabe cuál es su utilidad, y mucho menos quién las puso allí. La mayoría de personas que han conseguido llegar a la cima de la colina nunca han regresado, y las pocas personas que lo han hecho han acabado completamente locas. No puedo recordar cuánto llevo subiendo por esta vasta colina. El tiempo se deforma con cada uno de mis agotados pasos, como si fuera un elemento extraño y real. El paisaje se mantiene inmutable, ausente.

Todo muestra un deprimente tono grisáceo, como si el terreno pedregoso que se aferra a mis botas fuera, en realidad, ceniza. Las pocas briznas de hierba que se atreven a sobresalir del mustio suelo surgen marchitas, casi podridas. Tan ensimismado me encuentro en mis cavilaciones que ni siquiera reparo en un elemento que acude a mi encuentro y que me engulle con una rapidez pasmosa.