Estirpe de dragón (1944) KATHARINE HEPBURN / WALTER HUSTON / JACK CONWAY / Bélica / Cine Clásico 5f1l6a

He aquí el valle de Lin, tal como era en el verano de 1937.

Los seres que lo poblaban eran agricultores.

Habían oído decir que existía todo un mundo más allá de las colinas que circundaban su valle, pero nadie las había traspuesto para cerciorarse de ello.

Quizás fuera debido a que eran más afortunados que otros.

La tierra era fecunda y sus estómagos se hallaban repletos.

En esta granja vivían Lin Tan y su familia, que podían contarse entre los más afortunados.

No eran muy ricos, pero tampoco eran pobres, y gozaban del respeto de los habitantes del vecino pueblo.

La casa era de su propiedad y las tierras que cultivaban les habían sido legadas por sus antepasados.

Eran alternativamente buenos y malos, prudentes y necios, y en ocasiones eran todo ello a la vez.

Eran, por lo tanto, muy semejantes a otras familias de otras tierras.

La época de plantar el arroz había llegado y Lin Tan solamente anhelaba una cosa, realizar todo el trabajo que pudiera antes de que el sol se ocultara tras las montañas.

Pero los dos hijos mayores de Lin anhelaban también otras muchas cosas, porque ambos eran jóvenes.

¿Es vuestra madre? Sí, padre.

Ven, viejo, tengo que hablar contigo.

Sobrará tiempo para hablar con las mujeres cuando el sol se ponga.

Ya sé que me has oído, vieja zanahoria.

Vosotros dos no os mováis de aquí hasta terminar el campo, que tu corazón no sufra por eso.

¿Qué quieres, mujer? ¿Qué pasa? Te vuelves sordo. He de mugir como una vaca para que me oigas.

¿Qué quieres? Hay mucho trabajo que hacer en el campo.

Anda, has trabajado mucho en tu vida. Tienes hijos que trabajen por ti.

¿Qué tonterías dices? No estoy aún tan débil.

Ya no eres ningún niño y no debes cansarte demasiado.

¿Y quién se cansa? Estoy mucho más fuerte que cuando era joven.

Anda, lávate las piernas.

Oh, el solo peso del barro puede fatigar a un hombre de tu edad.

Tal vez convendría que una esposa joven de carácter dulce viniera a alegrar este hogar.

Tráela, hombre.

Así tendría quien me ayudara en mis quehaceres y tú bajarías a la tumba antes de tiempo.

Como creo que sobreviviría, podría aprobar.

¿No tienes unas cicatrices detrás de la oreja, vieja calabaza? Es cierto, un tigre me mordió hace mucho tiempo.

Sí, yo fui ese tigre.

Te equivocaste y me tomaste por un gato casero.

¿Se podría repetir el caso? Nunca, que aún tengo cicatrices que me lo recuerda.

¿No estás bien aquí conmigo? Sí lo estoy, pero un hombre tan fuerte y ágil no debe entregarse el descanso, sino volver a los arrozales.

El trabajo se terminará sin ti.

Ven, si tanto quieres trabajar, ayúdame a desplumar patos para venderlos.

¿Patos? Eso es faena de mujeres.

Si el cielo manda demasiado trabajo a la mujer, el cielo manda también quien la ayude.

¿Cómo es posible que la voluntad del cielo y la tuya coincidan siempre? El buey engorda porque la hierba de la colina es buena.

¿Cuál es el buey y cuál nuestro hermano?