LA ESTANTERÍA: Inventando historias, de Lucía Baquedano 2n3254

Borges decía que siempre imaginó que el paraíso sería una especie de biblioteca.

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Inventando historias de Lucía Baquedano.

Capítulo 1. Era inútil. Por más vueltas que le diera aquel hombre no encajaba dentro de la historia. Parecía que se hubiera colado en ella sin pedir permiso ni nada, estropeando todo su trabajo. Porque él no necesitaba un viejo. Un viejo que no podía ser ni espía, ni héroe, ni villano, ni detective.

A Alberto le gustaba inventar historias y el edificio vecino le había dado un material magnífico. Porque aunque su fachada fuera tan poco atractiva, con sus ventanas iguales, el trasiego de gente en su interior lo tenía fascinado.

Empleados de limpieza con monos azules, camareras de vestido rosa y delantal con puntillas, monjas, hombres y mujeres de batas blancas y toda clase de personas con ropa normal. Pero sobre todo proveedores. Raro era el momento en el que no se veía una camioneta frente a la puerta, de la que algún hombre iba extrayendo cestos de puerros, cajas de huevos, panes, botellas de leche o vino, pollos y unas enormes piezas de carne de ternero o vaca, tan grandes como Alberto no las había visto jamás. Se le ocurrió aquella historia el día que Genoveva perdió la última aguja de coser y le mandó subir al piso de arriba a pedir una a su vecina, que resultó que tampoco tenía. Pero Rosalía, siempre tan amable y servicial, llamó en el piso de enfrente, donde vivía Julia, que sí tenía agujas.

Precisamente las había comprado ese mismo día, obligada por las circunstancias de haber perdido todo un paquete en el transcurso de una semana.

¡Nada menos que doce agujas! ¡Doce! les dijo.

Yo no es que cosa mucho, contestó Rosalía. Un botoncito aquí, un descosido allá, pero cada vez que lo hago pierdo una aguja. Si aquel día su madre le hubiera llamado como cada lunes, Alberto hubiera olvidado el lío de las agujas. Pero mamá faltó por primera vez a su cita y él pasó toda la tarde esperando el zumbido del teléfono, con la frente pegada al cristal de la ventana y los ojos fijos en el edificio vecino, inventando historias de Lucía Baquedano.

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