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Fisonomías criminales
Ep. 22 - El infanticidio de César Juanatey

Ep. 22 - El infanticidio de César Juanatey 2x64m

5/3/2025 · 44:32
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Fisonomías criminales

Descripción de Ep. 22 - El infanticidio de César Juanatey 2281a

Maó, 10 de julio de 2008. En la planta superior de una casa de dos pisos ubicada en el número 91 de la calle Sant Llorenç, César realiza sus deberes de verano. Sobre el escritorio, tiene su estuche cuadrado de cremallera que está utilizando, unos cuantos cromos de la WWE, algunos mangas de Naruto y dos bloques de metacrilato con un escorpión y una araña. Con 9 años de edad, esos son sus pequeños tesoros de niño, y no se desprende de ellos por nada del mundo. La vida es sencilla y bonita así, no necesita nada más. Acaba de terminar los deberes cuando su madre lo llama para ducharse. Baja corriendo y se mete en la bañera, mientras mira con una sonrisa a su madre, a la que adora. Pero nada es lo que parece. Segundos después, César será ahogado en esa misma bañera por esa persona a la que segundos antes dedicaba una sonrisa. Y, durante los 900 días siguientes, Mónica vivirá su vida en completa normalidad, haciendo creer a familiares y amigos que su hijo sigue vivo. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/2373791 5c3r2o

Lee el podcast de Ep. 22 - El infanticidio de César Juanatey

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Maó, 10 de julio de 2008.

En el número 91 de la calle San Llorenç de Maó, un pequeño municipio menorquín de menos de 30.000 habitantes, se sitúa una vivienda familiar de edificación antigua y techo plano, al estilo de las típicas construcciones isleñas.

En ella, César Juanatey, un niño de nueve años de edad, acaba de terminar sus deberes de tercero de primaria.

A pesar de que es verano, es un niño muy aplicado y responsable con sus estudios, así que nunca deja sin hacer la tarea de verano.

Ahora que ya la ha acabado, guarda en su estuche cuadrado de cremallera unos lápices de colores y una goma milan-nata, tan típicas de la época, y lo deja sobre el escritorio junto a sus tesoros más preciados.

Un fajo de cromos, varios mangas, entre los que destaca Naruto, y dos bloques de resina plástica que contienen una araña y un escorpión, ambos de una conocida colección de insectos que salía por fastículos en los kioscos y que la gran mayoría de los niños de la época, me incluyo, hacíamos.

—¡César, a la ducha! —es la voz de su madre, Mónica, que le llama desde el piso de abajo.

Hora del baño.

César baja toda prisa hasta el lavabo.

Allí está su madre, que lo ha dispuesto todo para su baño.

El niño duda entre si quitarse o no el reloj sumergible con la correa de plástico rosa que lleva en la muñeca, pero finalmente lo hace.

Luego se desviste, abraza a su madre cariñosamente y se mete en la bañera, y ya está llena de agua caliente.

Pero algo no va bien, la mirada de su madre no es la misma de siempre.

Mónica se acerca a su hijo, que, confiado y probablemente creyendo que va a enjabonarle, no ve venir a tiempo las intenciones reales de su madre, que le coge la cabeza y se la sumerge en el agua de la bañera.

César hace gestos con los brazos y patalea, intenta deshacerse por todos los medios de esas manos que le hunden cada vez más en el agua y que no le dejan respirar, pero no lo consigue.

Es un niño de nueve años compitiendo con la fuerza de un adulto, sumándole además el shock y la sorpresa de que es su madre quien le está haciendo esto.

Finalmente, las fuerzas le abandonan y todo se vuelve negro.

En esa pequeña casa isleña del municipio de Mahó, César Juanatey acaba de fallecer a manos de su progenitora.

Al ver que el cuerpo ha dejado de ofrecer resistencia, Mónica lo saca del agua y sujeta al cadáver de su hijo entre sus brazos.

Contempla que ya no respira y, en ese momento, entra en shock ya que acaba de tomar conciencia de lo que ha hecho.

Acaba de matar a su hijo.

Un duro hecho que le hará estar completamente ida y conmocionada durante horas, hasta que finalmente regresa en sí y decide poner solución al horrible acto que acaba de cometer.

Aprovechando que ya es noche cerrada, apretuja el cuerpecillo fibroso y delgado de su hijo en una pequeña maleta roja, la misma con la que solo diez días antes César había llegado a la isla para reencontrarse con su madre.

Una maleta que había llegado a Mahó cargada de ilusión.

Sus vaqueros, unas bermudas, camisetas, un chándal, su estuche escolar y sus tesoros de niño, unos cromos, varios tebeos y mangas, entre los que está su favorito, Naruto, su reloj digital con la correa de plástico rosa y dos cubos de metacrilato que contienen una araña y un escorpión.

Todo ello acaba abocado dentro de la maleta con el cadáver, y después de cerrarla, Mónica quema el DNI de su hijo para que no haya ninguna identificación a su nombre.

Posteriormente agarra la maleta, la mete dentro de su coche y se dispone a recorrer diez kilómetros hasta llegar a la otra punta de la isla, donde se sitúa el monte de Binidali.

Sólo tarda entre quince y veinte minutos en llegar conduciendo por la carretera M12, a los lados de la cual se despliegan grandes extensiones de campo con vegetación amarillenta por el sol y chalets de lujo.

Una vez allí, ni siquiera apaga el motor al bajarse del coche, coge la maleta, la arroja entre unos arbustos tupidos del bosque y se larga de allí.

A la mañana siguiente, Mónica Juanatei comienza su doble vida, novecientos días de una horrible farsa en la que hace creer amigos, familiares y compañeros de trabajo que el pequeño César continúa vivo y que ambos viven una pacible e idílica vida en la isla.

Fisonomías criminales Capítulo 22 El infanticidio de César Juanatei Bienvenidos y bienvenidas con este nuevo capítulo de Fisonomías Criminales.

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