El Eco de las Estrellasl IV| Crónicas de los Ecos Perdidos 136b22

En cada eco, una historia perdida. En cada historia, un misterio por resolver.

Esto es Crónicas de los Ecos Perdidos.

Bienvenidos al lugar donde las preguntas encuentran su voz.

Susurradores, Aitana Velarde está muerta.

Quería comenzar directamente con esto porque necesito que entendáis la realidad de esta investigación desde el primer instante.

Aitana ya no está aquí para contar su historia y, en cierta forma, siento que esto es en parte culpa mía, culpa nuestra.

Este caso se extendió más de lo que jamás imaginé.

Se volvió tan complejo, con tantos datos, pistas y desvíos, que reconozco haber perdido el rumbo varias veces.

Entre mi trabajo diario, ese que mantiene a flote mi vida y paga mis facturas, y la dificultad creciente del caso, fui retrasando cada vez más este desenlace. Y ese tiempo perdido, quizá, marcó la diferencia.

Desde el inicio, supimos que algo no encajaba en la señal supuestamente recibida del asteroide 2024 IR4.

Aitana lo descubrió antes que nadie.

Ella nos dejó un mensaje desesperado.

La señal no es auténtica.

Alguien está manipulando los datos. Me siguen, me vigilan y luego, simplemente, desapareció.

Habéis sido fundamentales para desentrañar este misterio.

Cada pequeño avance, desde descubrir que la contraseña era Valentina, el nombre de su gata, hasta la identificación de Klaus Reinhardt en una grabación ralentizada de la señal, cada hallazgo era un paso más profundo hacia una oscuridad que se hacía cada vez más densa.

El verdadero punto de inflexión ocurrió cuando encontramos un mapa roto en la papelera del despacho de Aitana.

Con vuestra ayuda, reconstruimos esos fragmentos.

Aparecieron nombres inquietantes.

Tanque de tormentas, laboratorio criogénico, cámara de aislamiento electromagnético, zonas subterráneas que ni siquiera estaban oficialmente documentadas.

Aquí os necesité de nuevo.

Tendríais que sumergiros hacia los subterráneos del observatorio del Teide.

Hacia esos lugares ocultos que parecían existir únicamente para ser olvidados.

Al entrar, lo primero que notas es el cambio brusco de atmósfera.

El aire se espesa.

Las paredes de hormigón, desgastadas por el tiempo y la humedad, resuenan con cada paso.

Es un mundo subterráneo, frío y artificial, donde la luz apenas existe.

La primera sala, el laboratorio criogénico, es un lugar de aspecto quirúrgico. Los tubos metálicos recorren las paredes como arterias congeladas.

Todo está cubierto por una fina capa de escarcha que refleja débilmente la luz de las linternas.

El silencio aquí es casi absoluto, roto sólo por un zumbido sordo de maquinaria invisible.

Desde ahí se abre paso hacia la siguiente sala, sin nombre, un espacio intermedio que parece no haber visto la presencia humana en años.

Aquí el aire se vuelve aún más opresivo, impregnado de polvo y olvido. Al avanzar hacia el procesamiento de señales, la atmósfera cambia.

Aquí la tecnología invade cada rincón.

Pantallas apagadas, monitores cubiertos de polvo y cables desperdigados por el suelo, como venas cortadas.

Quizá en una sala similar fue donde probablemente se fragó el engaño, donde señales falsas fueron diseñadas y retransmitidas.

Claus, ajusta la frecuencia. Está desviándose. Se mantiene por ahora. Sólo estabiliza la modulación de pulso. No queremos anomalías.

Señal bloqueada.

Transmitiendo. Ahora. Esto debe ser perfecto, sin desviaciones. Si detectan el patrón demasiado pronto, toda la operación colapsa.

Entonces, asegúrate de que no lo hagan.