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CRÍMENES QUE MARCARON ESPAÑA
El caso del crimen de la pequeña de Muimenta

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1/6/2025 · 20:24
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CRÍMENES QUE MARCARON ESPAÑA

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Muimenta, 2019. Una aldea gallega guarda un secreto. Una niña de siete años, de risa brillante, muere en su cama. Una madre calla. Un padre llora. Adéntrate en Crímenes que marcaron España. Descubre un crimen que rompió Galicia. Un caso que duele, que cuestiona. Escucha, y enfrenta la verdad tras el silencio. l4a25

Lee el podcast de El caso del crimen de la pequeña de Muimenta

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Una aldea pesquera amanece con el rumor de las olas rompiendo contra el muelle.

El aire huele a sal, a pan recién hecho, a rutina.

En una pequeña casa de muros desconchados, una niña de siete años se despereza entre muñecas y cuentos.

Su risa, brillante, había llenado cada rincón.

Su mirada, limpia, imaginaba futuros con gaviotas, cumpleaños y veranos eternos.

Pero esa mañana, algo rompe la calma.

Un grito seco, desgarrado.

La voz de una abuela.

Un cuerpo pequeño yaciendo sin vida.

El silencio se adueña de Muimenta.

Esto es Crímenes que marcaron España.

Hoy, el caso del crimen de la pequeña de Muimenta.

Detrás de los hechos, conozcamos las personas clave de este relato.

Desiree Leal Sandamil, siete años, curiosa, inteligente, con risa contagiosa.

Le encantaban las aventuras, los juegos en el parque.

Desiree amaba los colores, las historias fantásticas, los abrazos largos.

Sus ojos eran grandes, atentos al mundo, curiosos.

Tenía una imaginación vibrante y una complicidad especial con su padre.

Jugaban, reían, se dibujaban tatuajes temporales con rotulador.

A su corta edad, ya sabía lo que era esperar los fines de semana con ansias para estar con él.

Vivía en Muimenta, una pequeña localidad gallega donde todo el mundo se conoce, y donde jamás nadie pensó que la tragedia se colaría por una ventana abierta en la madrugada.

Pero lo hizo, su vida fue apagada donde debía sentirse más segura, en su propia cama.

El lugar de sus cuentos, de sus sueños, se convirtió en su último refugio.

Ana Sandamil, 42 años, madre de Desiree, Ana Sandamil era, para muchos, una madre atenta, cariñosa, casi devota.

Criada entre las tierras tranquilas de Cospeito y formada en relaciones laborales en Lugo, transmitía una imagen de mujer sencilla y responsable.

Siempre con Desiree de la mano, en el parque, en casa, en el pueblo, parecía vivir por y para su hija.

Pero detrás de esa apariencia amable se escondía un control absoluto, casi enfermizo.

Desiree no era una niña, era su posesión.

Tras separarse de José Manuel Leal, Ana se instaló con su madre en una casa de Muimenta.

A ojos de todos, era un hogar modesto, casi discreto.

Pero dentro, Ana se quebraba lentamente, abandonó cursos, empezó a hablar de miedos.

Pero lo más peligroso crecía en silencio.

Su incapacidad de aceptar que la niña también era hija de otro.

Cuando José Manuel pidió ampliar la custodia, Ana lo vivió como una amenaza.

No iba a permitir que alguien, ni siquiera el padre, compartiera el amor exclusivo de Desiree.

Fue entonces cuando su mente trazó un plan terrible.

José Manuel Leal, de unos 40 años, un hombre de mirada cansada pero corazón inmenso.

José Manuel vivía a golpe de calendario.

Vigilante de seguridad en Acoruña, pasaba largas jornadas en turnos nocturnos, pero su energía no venía del sueño, sino de los fines de semana con su hija Desiree.

Ella era su motor, su risa, el refugio donde descansaba su alma.

La llamaba mi princesita, y entre juego y juego, le mostraba los tatuajes que ella tanto iraba, como si cada trazo en su piel fuese una promesa silenciosa de protección, de amor sin fin.

José Manuel era un padre presente, comprometido, que vivía para ver a su hija feliz.

Pasaba sus turnos imaginando planes con Desiree.

Ir a la playa, al parque, ver películas, inventar tatuajes con rotuladores.

Se desvivía por ella.

Tras la separación de Ana Sandamil, la madre de Desiree, José Manuel quedó fuera del entorno diario de su hija.

Vivía con esa distancia como quien arrastra una piedra en el pecho.

Pero no se rindió, viajaba lo que hiciera falta, sacrificaba horas, ahorraba cada euro.

Soñaba con establecerse en Vilalba, más cerca de Moimenta, y así compartir la custodia.

No pedía nada extraordinario, solo más tiempo para acompañar a su hija en sus pasos, en sus dibujos, en su risa.

Pero la madrugada del 3 de mayo de 2019, todo cambió.

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