
Descripción de Capítulo 42 4t67f
El espejo en el espejo de Michael Ende, en la voz de Rowena Bali, quien nos recomienda una canción y lee el tarot 4mk6w
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
La noche se derrama, se bebe a sorbos, es café negro que nos mantiene despiertos en el insomnio de Morfeo, en los labios del morbo.
El insomnio de Morfeo, con Rowena Bali, producción Eduardo Sánchez y Zahías González.
El hijo se había soñado alas bajo la experta dirección de su padre y maestro.
Durante muchos años las había creado, pluma por pluma, músculo por músculo y huesecillo por huesecillo, en largas horas de trabajo, de sueño, hasta que tomaron forma.
Las había dejado crecer de sus homóplatos en la posición correcta.
Era especialmente difícil percibir con toda exactitud la propia espalda en sueños.
Y había aprendido poco a poco a moverlas adecuadamente.
Había sido una dura prueba para su paciencia seguir practicando.
Hasta que tras interminables y vanos intentos, fue por primera vez capaz de elevarse al aire por unos instantes.
Pero luego cobró confianza en su obra, gracias a la benevolencia y severidad inquebrantables con que le guiaba su padre.
Con el tiempo se había acostumbrado tan por completo a sus alas que las sentía como parte de su cuerpo, tanto que experimentaba en ellas dolor o bienestar.
Al final había tenido que borrar de su memoria los años en que había estado sin ellas.
Ahora era como si hubiese nacido con alas, como con sus ojos o manos.
Estaba preparado.
No estaba en absoluto prohibido abandonar la ciudad laberinto.
Al contrario, quien lo lograba era mirado como un héroe, un bienaventurado, y su leyenda era contada durante mucho tiempo.
Pero eso solo les estaba reservado a los dichosos.
Las leyes a que estaban sometidos todos los habitantes del laberinto eran paradójicas pero inmutables.
Una de las más importantes decía, solo quien abandona el laberinto puede ser dichoso, pero solo quien es dichoso puede escapar de él.
Pero los dichosos eran raros en los milenios.
El que estaba dispuesto a intentarlo tenía que someterse antes a una prueba.
Si no la superaba, no era castigado él, sino su maestro.
Y el castigo era duro y cruel.
El rostro de su padre había estado muy serio cuando le dijo, esta clase de alas únicamente sostiene al que es ligero, pero solo hace ligero la felicidad.
Después había escudriñado largamente a su hijo y preguntando por fin, ¿eres feliz? Sí padre, soy feliz, había sido la respuesta.
Oh, si de eso se trataba, no había peligro alguno.
Era tan feliz que podía creer volar incluso sin alas.
Pues amaba, amaba contigo.
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