
Capítulo 2 - El Silencio del Ganado (Parte 1: La Noche que Habla) 5y5y5w
Descripción de Capítulo 2 - El Silencio del Ganado (Parte 1: La Noche que Habla) 416j6
Prepárate para la oscuridad. En "El Silencio del Ganado (Parte 1: La Noche que Habla)", Ethan y Maya se adentran en un misterio rural donde lo inexplicable acecha en la niebla. El X-33 ha detectado una nueva anomalía bioenergética, y los ecos de un pacto olvidado parecen susurrar entre el ganado silente. ¿Están listos para lo que la noche tiene que decirles? 376h5e
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X-33. Capítulo 2. El silencio del ganado. Havenwood, parte 1. La noche que habla.
Los faros del viejo sedán de Ethan cortaron la oscuridad como espadas de luz afiladas, devorando el asfalto. A su lado, Maya cerró su portátil con un clic seco, el eco de sus palabras aún resonando en el pequeño habitáculo del coche.
Nacimos para esto, Ethan. Es hora de encontrar la verdad. La verdad que ellos no quieren que sepamos. Es hora de X-33. La promesa de Havenwood, el nuevo caso del X-33, brillaba en sus mentes. Un faro en la densa neblina de su incertidumbre. Acababan de dejar atrás su hogar, la casa que era ahora un recordatorio constante de la ausencia de sus padres. Y se lanzaban de lleno a la primera de las misiones que el enigmático programa les había encomendado. La búsqueda había comenzado. Y con ella, un viaje hacia lo desconocido que prometía desvelar secretos tan antiguos como el tiempo. Y tan peligrosos como la propia verdad.
El viejo sedán de Ethan, un testigo silencioso de incontables millas y secretos compartidos, cortaba la oscuridad abisal de la noche castellana como un cuchillo afilado a través de una densa tela. Las luces del salpicadero, los únicos faros en ese mar de negrura, proyectaban un tenue resplandor azulado sobre sus rostros. Marcados por el cansancio acumulado pero iluminados por una determinación inquebrantable. Casi febril. Kilómetros y kilómetros de asfalto gris se devoraban en un silencio tenso y expectante, sólo roto por el suave zumbido monótono del motor y el murmullo hipnótico de la lluvia fina que, como un millón de pequeños tambores, golpeaba el parabrisas sin cesar.
Apenas habían dormido desde que el X-33, ese oráculo digital, los había despertado en la quietud de la madrugada, con su alarma azul, aquella luz fantasmal, que les prometía respuestas tan buscadas y, a la vez, les exigía una nueva y peligrosa misión. La información que Maya había descifrado en el gélido sótano de su casa, sobre el pequeño y olvidado pueblo de Havenwood, se repetía en sus mentes como un mantra inquietante. Desapariciones de ganado, sonidos inexplicables, picos electromagnéticos anómalos… ¡Era un patrón familiar! Escalofriantemente parecido a la calma tensa que precede a la tormenta que, sin previo aviso, se había llevado a sus padres. Una calma que ahora sabían que no era paz, sino un disfraz, una quietud antinatural que sólo anunciaba el horror.
Ethan manejaba con una concentración casi robótica, sus nudillos blancos apretando el volante con una fuerza que dolía, como si intentara aferrarse a la misma carretera, para no perderse en los abismos de sus pensamientos. Sentía el peso de la responsabilidad, no sólo por Maya, sino por la misión que los arrastraba. Había estudiado cada mapa, cada informe meteorológico, cada artículo de fenómenos extraños que Maya había logrado desenterrar. Su mente, una compleja mezcla de instinto primitivo y lógica estratégica aprendida a marchas forzadas, intentaba construir un escenario, anticipar cada giro, cada peligro oculto en la oscuridad. Había pasado horas en el simulador del ordenador y ahora en la carretera, repasando mentalmente rutas de secundarias, puntos ciegos para las cámaras de seguridad que podrían no existir en un lugar tan remoto, posibles escondites para su viejo sedán en caso de emergencia.
El aire dentro del coche se sentía cargado, denso, como si las propias preguntas flotaran en él, ineludibles. A su lado, Maya no dormía. Su portátil, una extensión de su propia mente, descansaba en el regazo, sus dedos ágiles, casi etéreos, recorriendo el teclado en la penumbra. No era un simple teclear. Era una danza hipnótica, una conexión con el universo digital que pocos podían comprender. Revisaba una y otra vez los datos recopilados, cada número, cada gráfico, cada informe local buscando la más mínima inconsistencia, la pequeña anomalía, la grieta en el patrón que pudiera ser la clave para desentrañar lo que se ocultaba en Havenwood.
La pantalla, con sus complejos gráficos y líneas de código en un verde fosforescente, proyectaba una luz verdosa y fantasmal sobre su rostro concentrado.
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