Bramford: El Origen del Mal (Precuela), de Sookie Starling 6u6a2d

Evox Originals presenta Historias para ser leídas,
un podcast de ciencia ficción, terror y fantasía dirigido por Olga Paraíso.
Ficciones sonoras con las que podrás sumergirte en otra realidad.
Antes de que Rosemary Woodhouse cruzara sus puertas, el Bramford ya tenía hambre.
Nueva York, 1884. Un edificio recién erigido.
Sus muros no sólo contienen historia, sino algo más, algo que nunca debió ser despertado.
Sus pasillos tapizados de verde musgo parecen devorar la luz.
El Bramford se siente más viejo que la propia ciudad.
¿Quién fue el primero en escuchar los susurros entre sus paredes?
¿Quién comprendió que el mal no se construye, se despierta?
Prepárate para descubrir cómo empezó todo.
Bramford, el origen del mal.
Suki Starling.
Nueva York, otoño de 1884.
El Bramford se había completado apenas unas semanas atrás.
Sus imponentes torres y su fachada gótica
emergían como una oscura joya en el horizonte de una ciudad en pleno auge industrial,
donde el acero y el carbón moldeaban tanto las calles como las vidas de sus habitantes.
A primera vista, el edificio era una maravilla arquitectónica,
un símbolo del poder y el lujo.
Con sus torres puntiagudas y elaborados detalles de piedra labrada
que parecían retorcerse hacia el cielo.
Los transeúntes lo observaban con asombro y respeto.
Algunos hasta con envidia, soñando con poder habitar en uno de sus exclusivos apartamentos.
Pero pocos se atrevían a mirar demasiado tiempo,
como si la grandeza del Bramford ocultara algo más profundo, más oscuro.
El arquitecto había soñado con una obra maestra,
un edificio que representaba tanto la sofisticación como la perdurabilidad de la ciudad.
Sin embargo, había algo en su visión que inquietaba a quienes lo observaban de cerca.
El Bramford, a pesar de ser una creación reciente, se sentía antiguo.
Sus paredes, negras bajo el brillo del crepúsculo,
parecían absorber la luz en lugar de reflejarla.
Y cuando el sol se ponía, los balcones ornamentados proyectaban sombras largas y grotescas sobre la calle,
como si fueran dedos que intentaban alcanzar a los desprevenidos.
Los visitantes, cuando entraban, quedaban fascinados por la rica decoración interior,
pero había algo perturbador en los detalles.
El Bramford estaba impregnado de un tono verde apagado
que dominaba la decoración de sus amplios vestíbulos y corredores.
Las paredes, tapizadas con motivos florales de color verde musgo,
parecían imitar los bosques más oscuros y sombríos.
El verde, lejos de aportar frescura, generaba una sensación opresiva,
como si uno estuviera atrapado en un lugar que lentamente drenaba la luz y la vida.
Incluso las lámparas de araña de cristal, colgando majestuosas desde el techo,
proyectaban un reflejo verdoso que teñía el mármol blanco del suelo con un matiz enfermizo.
Los primeros inquilinos, entusiasmados por habitar en lo que pronto sería
el edificio más prestigioso de Nueva York,