
La Base Comanche 2x30 | ¿Por qué revelar la identidad de neonazis? 546t1n
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Hoy en La Base Comanche Laura Arroyo, Pablo Hurtado e Ignacio Reyes hacen un recorrido por todos los perfiles de neonazis y traficantes de odio que se escudan en el anonimato para vertir discursos discriminadores. Sin embargo, la impunidad empieza a acabarse cuando se les pone rostro y nombre. Con la participación de Román Cuesta (Colaborador de Diario Red) y Sarah Pérez Santaolalla (Analista política). 3m4413
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
En realidad lo que trata de realizar Pedro Sánchez es desvelar quién está detrás de las cuentas que son críticos con el gobierno y que desmontan su relato ideológico.
Y algunos medios de izquierdas ya están haciendo ese trabajo.
Lo hemos visto este fin de semana cuando algunos medios han tratado de desvelar la identidad de las personas que están detrás de las cuentas que critican al gobierno y que también desmontan su relato ideológico.
¡Ay cómo molesta que se les muestre de cuerpo entero! Si algo ha empezado a quedar claro desde que en diario Red un compañero como Roman Cuesta empezó a desnudar los perfiles que desde redes sociales, especialmente X, participan activamente en campañas de difamación, acoso y violencia sistemática, es que tal vez el secreto mejor guardado de los odiadores de redes sociales, de los traficantes de odio como los define Cuesta, es su identidad.
Porque odiar oculto por una pantalla o cubriéndote el rostro te puede hasta salir rentable.
Sobre todo en tiempos en que los algoritmos de las redes sociales potencian este tipo de mensajes.
Que el odio campea por las redes sociales no es nuevo.
Pero tampoco es verdad que sean las redes sociales una especie de burbuja distinta a lo que se llama vida real.
En las redes sociales hay realidad.
De hecho, si acaso se potencia, lo que vemos es eso, una versión más feroz de aquello que vivimos en las otras esferas de la vida.
Ese vuélvete a tu país que podemos ver en X, lo oímos también en las calles.
Tal vez con cierta menor frecuencia, pero como vemos hablamos de una dinámica compartida.
Sin embargo, así como en la calle y en los medios de comunicación distintos sujetos recibimos variedad de calificativos, en las redes sociales hay un componente singular.
Las operaciones de odio discursivo, es decir, de odio concreto, no siempre vienen acompañadas de un rostro o un nombre, sino de esa garantía que te puede ofrecer el anonimato.
Y cuando decimos odio, hablamos de odio.
Algunas veces incitan a la violencia directamente, como solicitar que violen a una persona concreta.
Otras lo hacen sutilmente, como cuando sugieren asustar a una persona concreta.
Pero si algo ocurre siempre es que no son sujetos aislados que enuncian desde el anonimato sus propuestas de disciplinamiento para quienes o piensan distinto o nos vemos de determinada forma o ambas cosas.
Hablamos de redes organizadas que reproducen estos mensajes también de forma organizada y que, por cierto, se envalentonan cuando estos mismos mensajes son reproducidos acríticamente en medios de comunicación masivos.
Porque, como decimos, este no es un fenómeno de las redes sociales, sino que éstas se repotencian gracias a esos anonimatos también.
¿Debería ser válido que no solo campen estos discursos impunemente, sino que quienes lo reproduzcan se sientan amparados por ese anonimato? Durante demasiado tiempo se ha permitido que estas personas amenacen e incluso violenten la privacidad de otros al hacer pública la información privada de estos otros.
Y el antifascismo podría creer que basta con denunciar estos hechos.
Pero lo cierto es que el antifascismo real ha de ser activo, no pasivo.
Y denunciar sin hacer nada no suele ser muy útil.
Todo esto lo define bien lo que está haciendo Roman Cuesta, compañero de Diario Red, que ha decidido quitar la máscara, doxiar a quienes desde sus cuentas anónimas violentan a otras personas.
Es lo que hacen también las mujeres valientes como Martina Velarde, diputada de Podemos, Susana Pérez Santaolalla, analista política y tertuliana, al mostrar los nombres y los rostros de quienes las acosan por distintas vías.
Nosotras, aquí en Canal Red, no ponemos ni un pero a la hora de arropar contundentemente a quienes están poniendo la cara para hacer algo frente a los violentos.
El antifascismo es militancia, no solo palabras.
Hace unos días tuve un intercambio interesante en un debate donde alguien sugería que, ya sea mentir, ya sea estafar, ya sea discriminar de manera racista, homófoba, transfoba, LGTBifóbica o machista, era muy incorrecto, pero se encontraba al amparo de la libertad de expresión.
No es verdad.
No existe ninguna libertad que no tenga límites.
Y esto es porque la libertad es un valor que se ejerce desde la colectividad, no la individualidad.
Y lo dice su misma etimología.
Libertas, en latín, y Eleutheria, en griego, son palabras que derivan de una antigua raíz indoeuropea, leuthero, que significa aquel que tiene derecho a pertenecer a un pueblo.
No hay libertad individual, porque el ejercicio de la libertad solo se da en las colectividades y por eso ser libre no solo es necesario, sino que se define en la articulación de esa libertad entre muchos sujetos.
No existe una libertad de expresión que ampare la agresión hacia otros, porque eso no es libertad de expresión, es agresión.
Lamentablemente, hay quien cree que somos tan idiotas que no vemos la diferencia.
Si todos tenemos el derecho a la libertad de expresión por lógica pura, todos tenemos el derecho a que nadie nos agrega.
Y por eso la base Comanche de hoy es tan importante, porque hay quien cree que la libertad de expresión es un valor que se ejerce desde la colectividad.
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