5to Domingo de Cuaresma, 6 de abril 193qg

Queridos hermanos y amigos, la paz del Señor esté con todos ustedes. La quinta semana de Cuaresma es la antesala de la Semana Santa, que comenzará el próximo domingo con la celebración de la entrada triunfal de Jesús en la ciudad de Jerusalén, el llamado Domingo de Ramos. El calendario litúrgico de la Iglesia, en este quinto domingo de Cuaresma, nos invita a contemplar a Cristo, el Justo por Excelencia, rodeado de incomprensiones.

Así nos lo hace ver la Iglesia en las lecturas evangélicas escogidas para este domingo en los tres ciclos litúrgicos, siguiendo siempre el relato evangélico según San Juan. Las incomprensiones vienen unas veces de sus propios discípulos y amigos. Otras proceden de la gente que siente curiosidad y iración por Jesús. Pero no terminan de descubrir que Jesús es el siervo de Oriente anunciado por el profeta Isaías y que su mensaje no es igual al de los líderes de este mundo.

También encontramos las desavenencias con las autoridades religiosas y civiles, para quienes Jesús era una amenaza, no porque ambicionara el poder político ni religioso, sino porque enseña a pensar y transforma los corazones. Lo cierto es que todas estas incomprensiones conducirán a Jesucristo a su pasión y muerte. Es irable descubrir estas últimas jornadas del Maestro en Jerusalén.

Están cargadas de la grandeza de su amor por todos, la escucha respetuosa y la palabra alentadora, la sabiduría para enseñar e iluminar las conciencias, la paciencia y comprensión que dispensa a todos. No sólo será el Maestro y el amigo fiel, será el hombre auténtico, que asume las consecuencias de sus palabras, las que lo llevarán a cargar con el peso del pecado de los hombres para espiarlos.

Será él el reconciliador de la humanidad con Dios.

Señor, enséñame tu modo de tratar con los discípulos, con los pecadores, con los niños, con los fariseos o con Pilatos y Herodes. Enséñame a ser compasivo con los que sufren, con los pobres, con los leprosos, con los ciegos, con los paralíticos. Muéstrame cómo manifestabas tus emociones profundísimas hasta derramar lágrimas. Esa es la imagen tuya que contemplo en el Evangelio. Ser noble, sublime, amable, ejemplar, poseedor de la perfecta armonía entre vida y doctrina. Aquella manera dura para contigo mismo, con privaciones y trabajos, pero para con los demás lleno de bondad y amor y de deseos de servirles.

Tu constante o con tu padre en la oración, antes del alba o mientras los demás dormían, era consuelo y aliento para predicar el reino. Enséñame tu modo de mirar, cómo miraste a Pedro para llamarlo o para levantarlo, o cómo miraste al joven rico que no se decidió a seguirte, o cómo miraste bondadoso a las multitudes agolpadas en torno a ti, o con ira cuando tus ojos se fijaban en los insinceros. Mirar con tus ojos de misericordia, Señor, a tantos adúlteros que encuentro en el camino, que necesitan y esperan por tu amor, por mi amor.