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Podcast Cuentos Oscuros
08-"Las golondrinas de Kabul" de Yasmina Khadra. Octava parte. Leído por Víctor Manuel Palomares.

08-"Las golondrinas de Kabul" de Yasmina Khadra. Octava parte. Leído por Víctor Manuel Palomares. 233g6n

4/3/2025 · 01:02:52
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¡Capítulo final!!! La semana que viene tendremos la novela entera. La novela se centra en el verano de 1998. Kabul es una ciudad en ruinas ocupada por los Talibanes. Mohsen y Zunaira viven su matrimonio como pueden, pese a vivir en un entorno de violencia y miseria. Aunque van sobreviviendo día a día, un acto irresponsable de Mohsen cambiará sus vidas para siempre y no digo más para no hacer espóiler. Yasmina Khadra es el seudónimo del escritor argelino Mohammed Moulessehoul (nacido en Kenadsa, Sahara argelino, en 1955). Hijo de un excombatiente, fue matriculado en una academia militar en 1964, donde comenzó a escribir. Publicó su primera novela, Houria, en 1984. En 1989 adoptó su seudónimo, formado por los nombres de su esposa, para evitar la autocensura y abordar libremente temas como el terrorismo, el islamismo y la crisis social en Argelia. Esta obra nos hace ver lo dura que es la vida en algunos países y solo podemos rezar que en el nuestro no pase nunca algo parecido. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/3982 6b443k

Lee el podcast de 08-"Las golondrinas de Kabul" de Yasmina Khadra. Octava parte. Leído por Víctor Manuel Palomares.

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

13. La detenida aparta la bandeja y se limpia delicadamente la boca con el girón de un trapo.

La forma de pasárselo por la comisura de los labios denota una categoría social ya desaparecida.

Tiene clase y, seguramente, instrucción. A Tik la mira detenidamente mientras hace cómo se examinan las rayas de la mano. No quiere perderse ni uno de sus ademanes, de sus expresiones, de su forma de comer, de beber, de coger y volver a dejar los objetos que la rodean. No le cabe duda de que esta mujer ha sido rica y distinguida. Ha lucido sedas y joyas, se ha rodeado del incienso de perfumes fabulosos y ha maltratado al corazón de incontables pretendientes. Su rostro ha resplandecido en idilios fulminantes y su sonrisa ha aplacado muchos infortunios. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Qué viento miserable la ha llevado a empellones hasta este calabozo, precisamente a ella que parece someter con sus pupilas las luces del mundo entero? Alza los ojos hacia él y él desvía en el acto la mirada, mientras le asedia en el pecho opresiones insondables.

Cuando vuelve a fijarla en ella, la sorprende examinándolo con una sonrisita enigmática en los labios. Para sobreponerse al apuro que lo invade, le pregunta si se ha quedado con hambre. Ella dice que no con la cabeza. A Tik se acuerda de las vallas que hay en su despacho y no se atreve a ir a buscarlas. La verdad es que no quiere alejarse ni un segundo. Se encuentra bien donde está, del otro lado de los barrotes y al tiempo, tan cerca de ella que le parece escuchar los latidos de su pulso.

La sonrisa de la mujer no ceja, flota ante su rostro como el esbozo de un ensueño. ¿Está sonriendo de verdad o es que él vino acá? No ha pronunciado ni una palabra desde que la encerraron. Se recuye en su destierro silenciosa y digna, y no da muestras ni de angustia ni de aflicción. Es como si estuviera esperando que se alzara el día para irse con él sin ruido. El fatal vencimiento del plazo que planea sobre sus oraciones con la perseverancia de una cuchilla de guillotina no alarga su sombra perniciosa hasta sus pensamientos. Dentro de su martirio parece inexpugnable. La comida te la ha preparado mi mujer, dice a Tik.

Tienes mucha suerte. ¡Qué voz! A Tik traga saliva al oírla. Tiene la esperanza de que la mujer se extienda sobre ese tema, que cuente algo del drama que la consume por dentro, en vano. Tras un prolongado silencio, a Tik se oye refunfuñar a sí mismo. Ese hombre merecía la muerte. Luego, con mayor devoción, pondría la mano en el fuego. A alguien que no se da cuenta de la suerte que tienen no se le puede tener ninguna simpatía. La nuez le raspa la garganta cuando añade. Estoy seguro de que era un salvaje, de los peores, un fatuo. No podía ser de otra forma. Cuando uno no se da cuenta de la suerte que tiene es que no se la merece, seguro.

A la mujer se le crispan los hombros. A Tik va subiendo el tono a medida que encadena las frases.

Te maltrataba, ¿verdad que sí? A la primera de cambio se remangaba y te zurraba. Ella alza la cabeza. Tiene unos ojos como joyas. Se le ha acentuado la sonrisa, triste y sublime a la vez.

No pudiste más, ¿a que no? Se había vuelto insoportable. Era maravilloso, dice ella con voz serena. Yo era quien no me daba cuenta de la suerte que tenía. A Tik está nerviosísimo.

No se puede estar quieto. Ha vuelto a casa antes de lo normal y no deja de dar paseos por el patio, de alzar la vista al cielo y de hablar solo. Sentada en el jergón, Musarat lo contempla sin decir nada. Esta historia empieza a preocuparle. A Tik no es ya el de siempre desde que tiene bajo su custodia a esa detenida. ¿Qué pasa? rebocifera él. ¿Por qué me miras así? Musarat no juzga prudente contestar y menos aún intenta tranquilizarlo.

Parece como si a Tik lo estuviera esperando para echarsele encima. Tiene la mirada centelleante y las articulaciones de los puños blancas. Se acerca a ella con una secreción.

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