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LOS ECOS DE AZYR
04 – La Traición Silenciosa

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30/3/2025 · 10:18
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LOS ECOS DE AZYR

Descripción de 04 – La Traición Silenciosa s1b3r

El Panteón se desmorona. Las tensiones crecen, las alianzas se enfrían… y Nagash roba lo que antes era sagrado: las almas de los mortales. La traición ha comenzado. 172c49

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Desde las alturas de Azir, donde los juramentos resuenan más fuerte que los lamentos, os doy la bienvenida a un nuevo eco de esta historia. Yo soy Sigmar, Dios Rey. Y sí, aún creo en las alianzas, aunque a veces me cueste la paciencia o el alma de medio mundo.

Gracias por seguir escuchando. Hoy hablaremos de promesas rotas, sombras alargadas y silencios que gritan más que cien guerras. Porque no todos los dioses comparten la mesa. Algunos la clavan en la espalda del anfitrión. Y es que si construir un mundo fue difícil, mantenerlo unido resultó ser otra historia. Una historia donde el traidor… En fin. Al principio era fácil no verlo. Reuniones sin palabras, silencios que parecían meditación. Pero eran juicio, miradas que duraban un segundo más de la cuenta.

La armonía no se rompió con gritos, sino con pequeños gestos que pesaban más que un martillazo. Tirión y Malerión discutían sin hablarse. Alarieles se ausentaba durante semanas, cada vez más conectada a la vida salvaje y menos a la estructura que ayudó a construir. Teclis desconfiaba de todos y Grumni… Grumni callaba, como si ya supiera lo que iba a pasar. Yo intenté mantener la paz, recordarles por qué nos unimos, recordarme a mí mismo que el caos seguía ahí fuera.

Pero no era cierto, no. El caos ya estaba dentro, no como demonio, sino como orgullo, como desconfianza, como Dios con planes propios. Porque cuando uno tiene poder suficiente para levantar montañas, también puede alzarlas como muros. Nagash no se presentó con fanfarria, no hizo falta. Su llegada fue como una ola de aire frío en una sala cálida. Todos lo sintieron.

El Dios de la Muerte había respondido a la llamada, tarde, por decisión propia. Y aunque aceptó un lugar en el Panteón, nunca fue realmente parte de él. Observaba, medía, archivaba cada palabra, cada gesto, como si la eternidad le diera tiempo de sobra para ajustar cuentas más adelante. Porque Nagash no olvida, y tampoco perdona, ni siquiera a los que no han hecho nada, todavía. Hablaba poco, pero cuando lo hacía sus palabras eran cuchillas envueltas en seda.

Estaba allí por necesidad, no por respeto. Él veía a los mortales como recursos, almas en tránsito, energía que no se desperdicia, un ciclo que le pertenecía por derecho. Intenté confiar en él, o al menos, contenerlo. Pero ya entonces lo notaba. Nagash no caminaba con nosotros, caminaba al margen. No como quien se pierde, sino como quien ya conoce un atajo. No tardó en marcar distancia. Mientras los demás dioses ofrecían saber, poder o protección, Nagash aportaba cálculo.

Había mapas de tumbas donde no había civilizaciones, cementerios anticipados, registros de almas que aún no habían muerto. Planificación, lo llamó él. Predestinación, corregillo. Necroarrogancia, lo llamaban los que se atrevían a hacerlo lejos de sus oídos. No pedía permiso para construir sus criptas negras, ni consultaba el consejo antes de absorber el conocimiento prohibido de ruinas malditas. Y, por algún motivo, siempre sabía cuándo moría alguien, incluso si estaba a medio mundo de distancia.

Una vez le pregunté cómo lo hacía. Respondió, porque todo muere, Sigmar, solo hay que saber escuchar. Ese día supe que no lo detendría con razón. Tendría que hacerlo con otra cosa, pero aún no. Aún creía que podíamos sostenerlo dentro, que la unidad era más valiosa que la pureza, que era mejor tenerlo cerca que suelto por los reinos, como una plaga sin cadena. Spoiler, no siempre tengo razón. Fue en Shish, no en una sala de tronos, ni en un consejo glorioso, sino en una llanura gris donde el viento arrastraba nombres olvidados.

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